No quieren hacer caso a las cifras porque la «cultura es una cuestión cualitativa y no cuantitativa» y por eso de las únicas de las que sacan pecho es de las de una encuesta de satisfacción que dice que el 100% de los que visitaron La Harinera (rebautizada como Harinera ZGZ desde que recobró su vida como centro cultural) se lo pasó bien, que el 96,7% se rió o que al 91,3% venir al espacio les mejoró el día. Pero aún así, si se miran las cifras cuantitativas, el 2018 también fue su gran año. Y no solo porque 20.000 personas participaran en las más de 200 actividades que se programaron sino porque se ha consolidado como un referente nacional único de cultura comunitaria gracias a su modelo de gestión. Esa fue una de las conclusiones que se extrajeron de la presentación ayer de la memoria del 2018 a cargo del coordinador de Harinera ZGZ, Diego Garulo; los miembros del colectivo Llámalo H, Kira Rivarés y José Luis Blasco; el director general de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza, Saúl Esclarín; y la diseñadora Sara Monerri.

ENTRAR, DECIDIR Y CREAR

«Es el primer espacio público que garantiza acceder de manera efectiva a los derechos culturales, aquí se puede entrar, decidir y crear», explica Esclarín que constata que «no existe en España un espacio público gestionado a tres bandas como este». Eso ha llevado a que, desde que abriera sus puertas el espacio hace más de dos años, haya sido reclamado para explicar su proyecto en más de 30 encuentros sobre cultura comunitaria en 20 ciudades y que, este año, incluso se haya interesado el extranjero por el proyecto zaragozano ya que ha viajado hasta Toulouse y Montevideo. Incluso en Guecho hace unos meses se acaba de poner en marcha un proyecto con la mirada puesta en el de Zaragoza.

«Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten». Es el artículo 27.1 de la Declaración de los Derechos Humanos y es también la frase que luce en la puerta del estudio de la compañía de danza inclusiva Pares Sueltos.

Y es que el 2018 trajo también la apertura de la primera y segunda planta que incluye, además de espacios polivalentes (entre ellos uno de ensayos circenses «pionero en la ciudad en un espacio público»), los once locales de residencias entre los que se encuentran ese proyecto de danza inclusivo Pares sueltos y otros como la Escuela de Circo Social (que ha entrado en la nueva convocatoria del 2019), La Dársena, La Ciclería, Tropolab, Visaje y Chabi Foto que se han unido a los que ya tenían su plaza, La Fabricadora, Pixel y Pincel, Neme Mata, Mottainai ZGZ, Laura Guarnieri y la Orquesta Escuela. «No se trata de un emprendimiento cultural, de hecho -explica el coordinador Diego Garulo-, lo que nos interesa más es lo que aportan a la comunidad, no buscamos a alguien que se haga rico aquí, si luego lo consigue, ahí ya no entramos pero se les cede este espacio a cambio de que ellos aporten a la comunidad». Y Garulo lo pone en valor con un ejemplo muy claro: «Siempre decimos que si una fontanería quiere poner su base aquí, si aporta algo a la comunidad lo tendrá sin ningún problema».

Una filosofía que tienen muy claro los 11 locales que tienen su sede en el mismo y que forman una auténtica familia porque sienten «el proyecto como suyo». Es el caso, por ejemplo, de la Orquesta Escuela comanda por Kira Rivarés, «un proyecto de aprendizaje cooperativo de la música a través de la práctica en conjunto, utilizando la orquesta clásica no sólo como una estructura artística, sino como escuela de desarrollo personal y social», que ya ha pergeñado su primera formación juvenil.

Al lado del local de la Orquesta Escuela está la que todos señalan como «la más trabajadora», Laura Guarnieri quien define su propio trabajo como puppets maker y precisamente en este mismo momento está trabajando con una de las muñecas aunque la vista se va directamente a un unicornio flotador como posavasos: «Aquí tengo también un pequeño estudio de grabación con cámaras para que los pequeños se introduzcan en este mundo», señala con alegría.

Son solo dos de las residencias que conviven en el espacio. En el mismo pasillo de la primera planta se encuentran dos de las salas polivalentes que incluye el espacio de ensayo para artes circenses. Ahora mismo está vacío pero está equipado para incluso poder hacer alguna actuación con público.

«Viendo este espacio -señala Garulo- se puede explicar lo que es el centro. No sirve para nada en concreto por lo que sirve para todo, tiene infinitas posibilidades». Con esto, Diego Garulo define brevemente cómo ese espacio se puede dividir a su vez en dos diferentes lo que permite ocupar más sitio para «poder inventar cosas para que aquello que no hayamos imaginado también tenga cabida».