El fin de semana se acerca, pero el plan para salir con los amigos depende de un mensaje al móvil. En segundos ese Whatsapp corre como la pólvora entre los colegas, ya hay sitio para beber sin pasar frío y sin riesgo de que la Policía te descubra y que la compra de alcohol y refrescos de marca blanca aumente hasta los 500 euros de sanción. Ocurre todos los viernes y sábados en la capital aragonesa. Es la moda de las fiestas clandestinas.

Da igual el sitio, reconocen Jaime y Pedro --nombres ficticios de dos jóvenes de 15 y 16 años--, quienes han estado en locales donde en tiempos pasados eran bares, pero en los que ahora tan solo queda la barra en pie o en tiendas de golosinas, que han habilitado el almacén para que los menores puedan escuchar música, beber y fumar sin peligro de que nadie les vigile.

"Si te paras a pensar en la realidad de esos locales, es verdad que no entrarías porque te bajan la persiana y nadie sabe si puede pasar algo dentro", reconoce Jaime, mientras admite que va a este tipo de fiestas porque es la única forma de estar con los compañeros del colegio. "No ir suena raro", admite.

Para poder participar en estas fiestas tan solo es necesario pagar entre 5 y 20 euros, de la cantidad depende el número de bebidas alcohólicas que se puede consumir. En estos bares no hay vales, ni carteles, ni sellos de tinta para las manos que justifiquen su estancia como consumidores que son. No dejar huella es lo más importante para los organizadores.

Reglas

Y es que estos establecimientos se la juegan. Una sanción administrativa de unos 20.000 euros es su principal peligro. A pesar de ello, los pingües beneficios que consiguen lleva a muchos a dar el paso y abrir sus puertas a los adolescentes. No son siempre los mismos lugares, ya que rotan, pero luego estas improvisadas discotecas marcan sus reglas.

Una de ellas, según Pedro, es que hay horarios para poder salir del local. No es habitual ver jóvenes en las puertas, eso podría poner en alerta a vecinos o a la propia Policía. Por ello, se les marcan una serie de horas en las que la persiana se abre. El encargado de hacerlo suele ser la misma persona que pone las copas o que actúa de DJ.

A pesar de esta vigilancia y de la clandestinidad, la Policía ha descubierto varias fiestas de este tipo. Le ocurrió hace unos meses a Jaime, quien reconoce que pasó algo de miedo cuando vio entrar a los agentes. Inmediatamente hicieron apagar la música y separaron a los jóvenes en dos grupos: los que llevan el Documento Nacional de Identidad (DNI) y los que no. Tras tomarles su filiación, les dejan marchar, si bien comienza el momento de las explicaciones a los padres y de que el encargado de este nuevo tipo de botellón también las dé, pero a la Administración.

Juan tiene ahora 18 años, pero reconoce que este tipo de prácticas se vienen haciendo desde hace unos dos años, si bien ahora hay mucha más oferta. Señala que las fiestas suelen tener un aforo de 30 o 40 personas, si bien hay lugares en los que han participado muchas más.

En estos sitios no solo se admite a menores, sino también a mayores de edad. Una convivencia que puede generar peligros añadidos, puesto que el consumo de sustancias estupefacientes puede estar más al alcance de la mano de los jóvenes.

El ayuntamiento tiene ahora el reto de combatir esta alternativa al botellón. Lo consiguieron con grandes multas, ahora deben estudiar qué hacer con los locales. Un paso sería el cierre temporal.