Del Tajo para arriba hace un frío que pela y en el Sur tampoco hay mucho calor que digamos. La nieve y el viento impidieron a Mariano Rajoy llegar a San Sebastián y obligaron a José Luis Rodríguez Zapatero a viajar por carretera hasta su patria chica. El candidato del PP aprovechó la ocasión para ejercer de flemático y reforzar su imagen de hombre tranquilo, un gallego impasible capaz de pechar con vendavales y ciclones si menester fuera. Varado en Vitoria, el sucesor de Aznar a título de presidenciable pudo sin duda ver el estupendísimo spot que le montaron en el Telediario de sobremesa de la Uno sobre la base del mítin que la noche anterior había dado en Santiago de Compostela, vibrante pero sin estridencias, rodeado por la euforia de sus paisanos y correligionarios. Y más le gustaría al comprobar que el amigo Urdaci había dejado para Zapatero un horroroso reportaje de la visita que el socialista hizo en la misma mañana de ayer a la policía local de Fuenlabrada, donde apatrulló las calles y anunció a los impávidos agentes que si gobierna piensa cambiar el nombre del Ministerio de Interior por el de Ministerio de la Seguridad.

Hay dos candidatos, dos actitudes y dos imágenes. Eso está claro (y ya perdonará Llamazares por reducirlo a la condición de gregario, pero hay que ser realistas). En qué medida dichas imágenes son el fruto de una labor premeditada por parte de los expertos asesores, o bien han ido surgiendo como precipitado de la personalidad de Rajoy y Zapatero, es algo que nunca va a quedar claro. Pero ahí están las dos figuras cada vez más delimitadas. Sobre ellas todavía planea la sombra de un José María Aznar cuya agresividad se ha ido tiñiendo de acentos republicanos (del Partido Republicano de los Estados Unidos, no de Esquerra Republicana de Cataluña); pero que habrá de alejarse, entre otras cosas para no perjudicar la causa de los suyos.

Solo ante el peligro

Rajoy parece indicar a los españoles que él, en todo caso, ya ha puesto a remojo las legumbres que su antecesor y mentor pretendía servir crudas. Pero está donde está y tampoco puede salirse del guión previo. Por lo cual mantiene esa apostura berroqueña que se pone a prueba cuando saca a relucir el tema de España, la estabilidad, los riesgos... los debates. "Yo voy a un debate con el candidato del PSOE, pero si le acompañan sus socios de Esquerra Republicana e Izquierda Unida o quien más haga falta. Allí estaré frente a todos ellos". Así habló Mariano Rajoy. Preparado para plantarse sólo ante el peligro.

Asumir esa imagen solitaria y audaz tiene sus riesgos. El PP viene de una supermayoría absoluta que ha ejercido sin complejos (por decirlo suavemente). Revalidarla es una apuesta de resultado incierto. Y si ahora el sereno Rajoy mantiene una posición de desafío al resto de las fuerzas políticas se está obligando a obtener 176 o más diputados; 172 al menos. En caso contrario deberá pactar con partidos nacionalistas. ¿Quién habló de sopa de letras?

Como les ocurrió a muchos de sus conmilitones en anteriores elecciones autonómicas y locales, Mariano Rajoy puede llegar a comprobar que cuando se proyecta la imagen que él sostiene sólo se gana de verdad si se gana todo.

La triste figura

Parece claro que Rajoy va de flemático premeditadamente pero también porque está en su naturaleza. Más complicado es saber si José Luis Rodríguez Zapatero ha templado su inocultable patetismo como consecuencia de los golpes que la vida política le ha dado en los últimos tiempos o porque él es así.

Sea como fuere, en estos días el candidato del PSOE sale a escena con una imagen de sufridor impertérrito, que hasta parece haber sido maquillado para acentuar el aire desvalido de su mirada inocente. Golpeado pero en pie. Aguantando. Los votantes más sentimentales ven en Zapatero una triste figura machacada por el PP, por los medios de información oficiales y oficiosos, por algunos de sus compañeros de partido y por las circunstancias de la Historia on-line (¿puede sucederle todavía algo peor que lo de Carod y ETA?); le ven, digo, tan atribulado que pueden llegar a transformar su compasión en simpatía. Como si barajase esta posibilidad, Zapatero abrió campaña vestido de negro riguroso, acentuando así su palidez.

Tienen otra ventaja los socialistas (y mucho más desde que su líder advirtió que sólo optará a La Moncloa si saca más votos que el PP): se les puede votar con cierta impunidad porque no hay proyección demoscópica que les dé opciones de llegar al gobierno. Mas también puede suceder que ese resignado patetismo de Zapatero aleje a los votantes progresistas en busca de opciones mas guerrilleras .

Pero todo esto no lo sabremos hasta el 14-M por la noche. Paciencia.