La mala suerte quiso que las hermanas Soriano pasaran por la misma experiencia. Primero fue Mercedes. Luego Monserrat. Y las dos padecieron cáncer de mama. «Lo bueno de este mal trago es que yo, que ya había superado la enfermedad, le aconsejé, guíe y traté de hacerle el camino más fá- cil», dice Mercedes, quien sufrió la enfermedad por partida doble. «Me vi afectada en los dos pechos y la primera operación fue hace 16 años», recuerda.

Cuando todo parecía superado y el cáncer ya quedaba lejos, llegó la noticia. «Mi hermana vino de unas vacaciones en Irlanda y me comentó que tenía un bultito. Me imaginé entonces lo que podía ser y, acto seguido, le dije que dejara la maleta porque nos íbamos al hospital. Me puse en contacto con el cirujano que me llevó a mí y, en un mes, estaban todos los trámites hechos y operada», cuenta.

Físicamente son prácticamente iguales, podrían pasar por gemelas incluso, pero las hermanas Soriano se llevan cuatro años de diferencia. El retorno de la enfermedad, en parámetros tan parecidos, les llevó a realizarse unas pruebas genéticas para saber si el cáncer era hereditario. «Salieron negativas. Tampoco habíamos tenido antecedentes en la familia», cuenta Mercedes.

El camino que tuvo que andar Monserrat se lo hizo más fácil su hermana Mercedes. «No hizo muchas preguntas, porque yo le expliqué todo, los efectos secundarios que iba a tener de la quimio y todo. Íbamos por delante y eso le dio tranquilidad. Aún así, siempre es duro pasar un proceso de cáncer», añade.

Una familia

Le acompañó a todas las consultas y a todas las sesiones en el hospital. «Se lo tomó bien, de forma muy fuerte, y eso no me lo esperaba porque es una persona a la que todo le ha apurado siempre mucho, pero peleó muy bien. Había sufrido la enfermedad conmigo y, al ver que yo había salido bien, afrontó la situación de otro modo», recuerda Mercedes

. En el caso de estas dos hermanas el apoyo familiar fue básico en ambos procesos. «Tenemos la suerte de que somos una familia muy piña. Cualquier cosa que nos pasa ahí estamos, con un apoyo muy colectivo. Mis hermanos, mi madre que en mi proceso venía cada 21 días a la quimio, y mis hijos me salvaron. Con mi hermana pasó algo parecido», cuenta esta aragonesa, que sufrió el cáncer con 47 años.

Juntas dijeron adiós a la enfermedad una vez. Y juntas la volvieron a pelear en una segunda ocasión. «El apoyo mutuo fue lo mejor que nos podía pasar», dice Mercedes, quien desde hace 9 años es voluntaria en el Clínico y en el Royo Villanova con la Asociación contra el Cáncer en Zaragoza. «La experiencia me dice que cuando miro a un paciente a la cara ya sé cómo tiene el día. Me gusta saber que soy para ellos un aliciente porque me ven recuperada. Mi única misión es reconfortar y cada vez me resulta más gratificante esta labor. Si me pagaran por ello, no vendría», señala.