El progreso se acerca kilómetro a kilómetro a algunos de los iconos del puerto de Monrepós. ¿Quién en Aragón no ha parado alguna vez a comprar pan o la exitosa torta de manzana en la pastelería de Lanave? ¿O algún delicioso dulce de la chocolatería La Abuela en Hostal de Ipiés? Son lugar de paso obligado para miles de aragoneses y visitantes de media España cuando van y vienen del Pirineo por esa N-330 que va transformándose en autovía. Ahora esta se queda a escasos metros de su puerta. A 50 en el caso de la primera, está la rotonda que conduce uno de los tres túneles estrenados ayer y la «mayor seguridad» que todos celebran, sobre todo los transportistas, para ellos un pasito más al fin de una carretera tortuosa que les ha dado la vida durante décadas. Aunque los 9 kilómetros sin ejecutar hasta Sabiñánigo son una tregua.

Yolanda Alonso regenta la panadería de Lanave. Lleva «33 años abierto» y sigue «como el primer día porque nos da miedo hasta reformarlo», porque «los clientes quieren recordar la auténtica». Le han explicado a ella que «una autovía puede quitar el 30% de clientela», pero reconoce que es una incógnita. «Sí que nos preocupa que la terminen, porque ahora la gente pasa por la puerta y muchos paran si ves que estás abierto, y de la otra manera tendrían que salirse de propio para saberlo y no todos lo harán», expone.

Las colas en días de máxima afluencia -«los viernes por la tarde y los domingos»- son una constante para un establecimiento que abre 16 horas al día, de 5.00 a 21.00. Y son parte del Monrepós que todos desean cambiar. Y quieren seguir siéndolo «hasta el final». De hecho, la situación actual hasta les puede beneficiar, porque como a 50 metros empieza la autovía «igual paran más ahora».

Unos kilómetros más adelante está el local de Carina Suárez, la chocolatería La Abuela, casi el único icono que sobrevive en Hostal de Ipiés, una localidad de paso en la N-330 en el que ya no se puede ni tomar un café. Casa Cosme, uno de los establecimientos históricos donde muchos paraban incluso solo para comprar tabaco, está cerrado. Y el restaurante de la gasolinera, también. Así que el local de los dulces es el referente: «En julio cumpliremos 15 años abiertos», explica ella, orgullosa de seguir el negocio familiar que iniciaron sus padres, Raúl y Eva, desde que aterrizaron allí. Pero mira al puerto porque «el día que se termine la autovía habrá que pensar en trasladarnos. Quizá a Jaca o a Canfranc».

«Cuando se hundió la calzada el año pasado y cortaron el paso por el puerto empezamos a tomar conciencia de lo que nos espera. No paraba casi nadie», relata Carina, que reconoce que el beneficio para los habitantes es obvio. «Yo vivo en Sabiñánigo y si normalmente tardo diez minutos en llegar a veces he cogido un atasco que me ha tenido más de una hora», afirma. Su negocio es «la antigua casa del médico», sus clientes «aún recuerdan que el mostrador era la sala de espera y el obrador de mermelada la consulta», relata rodeada de dulces de su tierra, Bariloche, en el sur de Argentina, como el chocolate en rama.

En el otro lado de la moneda, Transportes Aínsa, en Sabiñánigo, celebra que «aumente la seguridad». «No es igual una carretera con 30 curvas que una en línea recta. Si para un coche es beneficioso, para un camión lo es más», dice Luis López, su responsable de Explotación.