El incendio del hotel Corona de Aragón cumple mañana su 25 aniversario. Fue el suceso más grave en la historia de Zaragoza del siglo XX y los que los vivieron todavía tienen grabadas en sus retinas las pavorosas imágenes de la tragedia.

El balance del siniestro se saldó con 78 muertos y 64 heridos, muchos de éstos con lesiones irreversibles. El fuego se inició en la churrera de la cafetería Formigal, al recalentarse sus 20 litros de aceite, según todos los testigos y los posteriores peritajes, pero el Tribunal Supremo estimó en una sentencia que en la propagación de las llamas intervinieron elementos externos, pirogeles, ya que las altas temperaturas alcanzadas en sus instalaciones no se correspondían con las que podía producir la combustión del mobiliario.

Las sospechas de atentado, que nunca ha sido reivindicado, congeló el pago de indemnizaciones por la compañía de seguros y los afectados y familiares de las víctimas sólo comenzaron a ser resarcidos por el Gobierno en el 2000.

Las primeras llamas surgieron a las ocho y cuarto de la mañana. Comenzaban cuatro de las horas más tristes en la historia de la ciudad, que, como suele ocurrir, no estuvieron exentas de comportamientos heroicos y abnegados.

Los empleados más próximos a la churrera intentaron apagar el fuego con los extintores, pero las llamas se extendieron rápidamente y tuvieron que salir huyendo tras dar la alarma en las otras dependencias. Se intentó avisar a todos los huéspedes del hotel, que ese día estaba lleno, con 230 personas alojadas y 190 habitaciones ocupadas, pero muchos de ellos no fueron alertados.

Los bomberos, que se presentaron a los dos minutos de recibir la noticia, salvaron ese día a numerosas personas, pero la ayuda les llegó tarde a otras muchas, que fallecieron mayoritariamente por la inhalación de monóxido de carbono o por arrojarse al vacío huyendo de las llamas presas del pánico. Entre los fallecidos había dos empleadas del hotel que no tuvieron tiempo de ponerse a salvo.

HEROES Bomberos, policías, guardias civiles y sanitarios fueron ese día héroes de la ciudad. También se distinguieron por su valor numerosos voluntarios que intentaron salvar a las víctimas, bien entrando en el hotel para sacarlas o extendiendo las lonas para los que se tiraban desde los balcones.

Ejemplar fue la actuación de Manuel Tomé Rodríguez, electricista del cercano hospital Provincial, quien a título individual rescató a once personas a costa de producirse algunas lesiones leves, aunque con gran riesgo para su vida.

Los bomberos movilizaron a la práctica totalidad de sus efectivos, 160, y muchos sufrieron intoxicaciones. Uno de ellos, Angel Peña Peña, resultó con heridas muy graves al precipitarse desde la segunda planta mientras intentaba evacuar a las víctimas en una escalera.

El día de autos se celebraba en la Academia General Militar la entrega de nombramientos de caballeros alféreces y en el hotel se habían alojado militares y familiares. Entre ellos, la viuda del general Franco, Carmen Polo, con sus hijos, los marqueses de Villaverde, ya que entre los cadetes de la promoción estaba su nieto Cristóbal Martínez-Bordiú. El marqués tuvo que huir en calzoncillos hasta el hospital Provincial y la señora de Meirás fue ingresada en el Clínico con una crisis nerviosa.

También era huésped y general Alfonso Armada, que salió indemne y tres años más tarde protagonizaría el intento golpista del 23-F. El general Vigón fue rescatado con vida por los bomberos, pero peor suerte corrió el teniente coronel Alfonso Queipo de Llano, jinete olímpico y cinco veces ganador de la Copa de las Naciones, que falleció.

Esta presencia de militares y allegados al anterior régimen alentó durante años las sospechas de atentado terrorista, pese a que no se hallaron restos de posibles explosivos.