No se movió ni un ápice del guion previsto. A las 9.46 horas, la infanta Cristina bajó en coche la rampa de los juzgados de Palma. Se apeó del vehículo y caminó unos metros hasta la puerta. Dio 14 pasos, para ser exactos. A su lado, su abogado Miguel Roca. Saludó, sonrió y entró en la sede judicial, donde le esperaba su equipo de penalistas, encabezado por Jesús Silva y Pablo Molins. Y en la sala, estaba ya el juez José Castro, que investiga la presunta malversación de fondos públicos a través del Instituto Nóos, con más de un centenar de preguntas preparadas. El magistrado la trató siempre de "señora" y no de alteza real para no diferenciarla del resto de los imputados. A las 18.11 horas, la hija del Rey abandonó los juzgados después de estrechar la mano, una por una, a las 43 personas que había en la sala, empezando por el magistrado. "Hasta luego, gracias", dijo a la prensa.

Si fuera del edificio todo sucedió como estaba planeado, en el extenso interrogatorio de seis horas y media al que fue sometida la hija del Rey, que compareció ante el juez como imputada, pasó lo mismo. Una y otra vez, la infanta esgrimió la confianza en su marido, Iñaki Urdangarin, el principal imputado en el proceso, a la hora de responder a las preguntas sobre la creación de Aizoon, la empresa que compartía el matrimonio al 50%, y sobre los gastos, algunos de ellos particulares, cargados a esta sociedad. Esta firma se encuentra en el centro de la investigación por su presunto papel de "pantalla" para defraudar al fisco. Sin embargo, la hija del Rey dejó claro que ella nunca ha sido un "escudo" frente a Hacienda.

Con esta técnica, intentó desvincularse de la gestión de Aizoon, que se nutría de los beneficios obtenidos por los negocios del duque de Palma, y que presuntamente fue utilizada para defraudar a Hacienda. Las frases más utilizadas por la hija del Rey fueron: "Yo confío en mi marido", en referencia a la creación de Aizoon, y "no lo sé", sobre algunas de las facturas que se le enseñaron. "La infanta ha declarado que Aizoon fue constituida a instancias de su marido, que era el administrador y quien tomaba las decisiones. Que siempre confió y delegó en él la gestión económica, tanto familiar como societaria", según fuentes de su entorno. La infanta entró en Aizoon, según esta versión, porque se lo pidió Urdangarin. Por esa confianza ciega firmaba todos los documentos.

La infanta se sentó con una postura recta, de firmeza. De vez en cuando, recurrió a los botellines de agua que antes de la declaración alguien se cercioró de que estuvieran cerrados. Al mediodía no salió del recinto y comió un bocadillo. Los gritos de protesta que llegaban desde la calle le perturbaron un poco en un principio, pero después fue serenándose, contestando a las preguntas del juez, que le interrogó durante cinco horas.

CUESTIÓN DE "ESTÉTICA" Solo en algunos momentos, y sobre todo cuando se mencionó en la sala al Rey, la duquesa de Palma se tensó. Eso sí, intentó no involucrarle en nada. Por ejemplo, cuando se le preguntó si sabía que en el 2006 el Rey, a través del conde de Fontao, pidió a Urdangarin que se apartara de Nóos. Admitió que tuvo conocimiento, pero no directamente por su padre, y que el requerimiento real fue por una cuestión de "estética" e "imagen".

Ese tono sereno de la infanta también se quebró cuando el juez le preguntó por los 1,2 millones de euros que le dejó el Rey para comprar su casa de Pedralbes, de los que solo ha devuelto 150.000 euros. Ella defendió que era un préstamo y no una donación. Detalló que en estos momentos no tiene los ingresos de antaño y agregó: "Es mi padre y confía en mí. Sabe que le devolveré el dinero". También fue duro para ella cómo el magistrado le preguntaba si conocía a algún jugador de balonmano que tras 14 años de profesión tuviera unos ingresos como los de su marido. "A ninguno", dijo.

El interrogatorio del juez fue sobre toda la causa, incluso sobre su participación en el Instituto Nóos y no se se centró, como se esperaba, en los delitos que le imputa a la infanta: fraude a Hacienda y blanqueo.

La actitud del magistrado hizo resurgir las profundas diferencias entre Castro y el fiscal Pedro Horrach. Este último tiró la primera piedra y, leyendo el escrito redactado en el 2012 por el juez en el que denegaba la petición de Manos Limpias de imputar a la infanta, fue preguntando a la hija del Rey si estaba de acuerdo o no con su contenido. Ella dijo que sí a todo. Pero, al cabo de unos minutos, Castro hizo lo mismo con su escrito de imputación. La duquesa de Palma no dudó en decir: «No le puedo precisar».

El juez también mostró a la duquesa 50 facturas sobre gastos particulares cargados a Aizoon, como clases de baile, viajes o el servicio doméstico. La infanta alegó que desconocía que los empleados habían sido contratados a través de su compañía, a la vez que negó que se pagara a algunos de ellos en negro. «No he hecho l a contabilidad de Aizoon», alegó. Explicó que hasta hace poco no le constaba que la primera planta de su vivienda era la sede de la empresa. Aizoon pagaba una cantidad por este concepto, según algunos documentos. Cristina no contestó a las preguntas de las acusaciones populares.

Los letrados consultados insistieron en que la hija del Rey compareció ante el juez «muy preparada». Sin embargo, el abogado del Frente Cívico destacó que la esposa de Urdangarin contestó al 95% de preguntas con evasivas. «No sé, no conozco, no recuerdo, no me consta», repitió varias veces, según fuentes jurídicas.

La defensa, en cambio, alegó todo lo contrario, que contestó con sinceridad todo lo que sabía.