Joaquina acaba de cumplir 100 años y hace algo más de uno fue incapacitada. Su tutela pasó primero por manos de unos parientes lejanos que la abandonaron después de sólo dos meses y recayó más tarde en la DGA. Tras haber sido arrancada de su casa y recorrer varias residencias, ahora lucha junto a su ahijada para recuperar el rumbo de su vida. No se siente incapacitada, pese a su edad. Sabe que estos procesos en la Administración exigen paciencia. Pero el periplo de sus dos años de vida la ha debilitado y, con su edad, no puede ni está dispuesta a regalar el tiempo que le quede.

El caso de esta anciana, que hoy vive en la residencia Romareda de Zaragoza, es el de alguien que lucha por salir adelante. Ahora mismo, su caso está recurrido ante la justicia. Desde este verano espera una respuesta. Pero su particular infierno comenzó hace mucho tiempo.

El comienzo de la historia

Hace dos años, Joaquina vivía sola en un céntrico piso, después de que su hermano muriera. "Su situación era bastante acomodada, pero se hacía mayor, se puso mala y yo le insistía en que no podía estar sin nadie", explica su ahijada, Marisa. Ella, que también es sobrina adoptiva de la anciana, sentía que no se podía hacer cargo como le hubiera gustado de su madrina, ya que por aquel entonces, ya cuidaba de otro familiar más cercano, que exigía mucha atención por una enfermedad neurológica. "Por eso, cuando me enteré de que otros familiares se habían ofrecido a coger la tutela, me sentí aliviada y me alegré en un primer momento", explica.

Estos parientes venían de Canadá y llevaban 30 años sin pisar Zaragoza. "Se instalaron en la casa de mi madrina y mi felicidad inicial se fue empañando porque empecé a ver cosas que no me gustaban". Marisa asegura que Joaquina estaba "encerrada" en su propia casa y que ni siquiera disfrutaba de un plato de comida caliente. Un día se decidió a hacer fotos del estado en el que se encontraba la anciana y se fue al juzgado con ellas. Sólo dos meses después de habérsela otorgado, se le retiró la tutela a la familia de recién llegados.

Automáticamente, la anciana quedó al amparo del IASS. Marisa empezó a prepararse para pedir ella la custodia. Joaquina ya estaba legalmente incapacitada y en eso no había marcha atrás.

Sin embargo, el destino dio un nuevo giro a los acontecimientos. "La trabajadora social dijo que mi madrina no podía estar en casa sola y yo me la hubiera llevado", relata Marisa. "Pero, sin más, la sacaron de casa una mañana y, casi sin darme tiempo a reaccionar, la llevaron a una residencia con el camisón y un abrigo encima, sin ni siquiera hacer las maletas". Allí, en Las Fuentes, estuvo menos de quince días. Al cabo de dos semanas volvió a sufrir un nuevo traslado.

"El IASS, como gestor de los bienes de mi madrina, desalojó el piso del alquiler donde vivía y subastó los muebles, sin darse cuenta de que ella tenía otra propiedad con la que hacer frente a los gastos", asegura Marisa. Según dice, ella misma tuvo que desembolsar casi dos millones "para evitar que todos sus recuerdos se perdieran", comprando parte de lo que salió a subasta.

Desde aquello hace ya casi un año y su "único consuelo" es confiar en la justicia "aunque sea lenta" y visitar a su madrina. "El problema es que, en la residencia, se ha deteriorado mucho. Como no hay personal, no le hacen pasear por lo que ha perdido muchísima movilidad. Antes, no tenía casi problemas de incontinencia y ahora, en lugar de ayudarles a llegar al baño, les colocan los pañales y ya está. Ella no tiene ningún tipo de demencia, a parte del deterioro propio de la edad, pero la mayoría de los que la rodean sí...". Marisa enumera una larga lista. Para ella, "la culpa no es de los trabajadores sociales sino de la falta de recursos".

Siente que la han tratado "como una delincuente". "Soy una persona solvente, que paga sus impuestos, trabajadora... Pero parece que luche contra un gigante sólo por pedir que me den ya la tutela de mi madrina y poder cuidarla". Mientras habla, Marisa enseña unas fotos que se hizo con Joaquina el día de su 100 cumpleaños. "Le llevé su guitarra y estaba contenta", relata. "Al irme sólo me pedía: ´sácame, me quiero ir´".