Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que Zaragoza aspiraba a alcanzar el millón de habitantes. Una idea fuerza propiciada por una inversión pública que la capital aragonesa llevaba mucho tiempo esperando y que la celebración de la Expo del 2008 la logró para ella. La transformó completamente con infraestructuras que, con el paso del tiempo, se ha demostrado que no habrían llegado en décadas y que cambió el chip de todos. Hasta el punto que los debates a corto y medio plazo que se preveían nada tenían que ver con los de ahora. La bonanza económica invitaba a la expansión. Sería por la carretera de Huesca o por la de Castellón, aprovechando el cierre del este, aún inacabado, por Las Fuentes y San José. Incluso algunos soñaron con un eje urbano y comercial siguiendo la carretera de Logroño.

La muestra internacional culminaba un modelo de ciudad en el que el cierre de las dos grandes circunvalaciones carreteras, el aeropuerto, el cercanías, la transformación integral del Ebro como paseo urbano, el Parque del Agua, la remodelación en el Huerva y el Gállego, o las riberas del Canal formaban parte de un largo listado de inversiones públicas hasta entonces desconocidas. La Administración era protagonista, era el motor.

Junto a ellas, modelos de expansión como Arcosur, con más de 20.000 viviendas al sur de Zaragoza, o aspiraciones de una ciudad mucho mayor que la capital del Ebro, como una segunda estación del AVE que se cifró en 50 millones de euros. Al lado de la Plataforma Logística de Plaza, antes de que fuera protagonista en los juzgados, o continuando una macroperación urbanística como fue la proyección del futuro Barrio del AVE o la transformación del Portillo.

Todo era posible. Se generaba un foco y atraía la inversión con iniciativas de interés. Un imán del que se quedaron varados el teatro Fleta o el Espacio Goya, entre otros. Y nunca renacieron.