Adolfo Suárez nunca supo mucho de economía y apenas le interesó. Ni la macro ni tan siquiera la suya propia, como lo demuestra que saliera de la Moncloa "muy ligero de equipaje" y que poco después, cuando aún no era adorado y respetado, también tuviera apuros económicos. Suárez, además de ser el piloto de la transición junto con el Rey, también tuvo la intuición de, por lo menos, adoptar las medidas necesarias para evitar el colapso económico del país.

Suárez dirigió la transición con una mezcla de audacia, para algunos casi temeraria, e intuición. La economía no era lo suyo, pero tuvo la gran habilidad de encontrar, al menos al principio, los colaboradores adecuados, y además hacerles caso. En junio de 1977, tras las primeras elecciones generales, la inflación interanual superaba el 30% y los pronósticos auguraban un 40% a finales de año. ¡Sí, el 40%! La política económica desde la muerte de Franco --noviembre de 1975-- había consistido en mirar hacia otra parte con el único objetivo de evitar conflictos sociales que comprometieran la reforma política. Todo eso se tradujo es una alocada expansión fiscal, monetaria y crediticia, combinada con las demandas --sobre todo políticas-- de unos sindicatos tan inexpertos como reivindicativos, todo en medio de una conflictividad laboral extraordinaria. El resultado inmediato fue una inflación desbocada y un aumento del paro, que enseguida se duplicó y luego triplicó.

En junio de 1977, tras ganar las elecciones, Suárez nombró vicepresidente económico a Enrique Fuentes Quintana. Antes, el presidente había tenido que escuchar --y aprender-- que, si no se tomaban medidas drásticas, España caminaba hacia la hiperinflación y podría convertirse en la Argentina de Europa, con su propia versión sindical del peronismo. Había que controlar los precios y hacerlo ya. Y Suárez, a quien se le acumulaban los problemas, tuvo la intuición de que debía hacer caso a sus asesores, aunque significara aplicar medidas impopulares. Además, tuvo el coraje y la habilidad política de convencer a toda la oposición, desde los socialistas de Felipe González a los comunistas de Santiago Carrillo, para firmar un gran acuerdo, los históricos Pactos de la Moncloa. Fueron los pactos de la renuncia, por parte de todos, al populismo fácil basado en alegrías monetarias, y que ahora son una lección para evitar la catástrofe. Un ejemplo para los defensores actuales de las bondades inflacionistas. En 1977, los salarios subían incluso un 15%, pero los precios lo hacían un 25%. Ilusión monetaria, porque los perjudicados eran los trabajadores. Suárez nunca supo mucho de economía, ni tampoco le interesó, pero supo asesorarse, olvidar su vena populista, que la tenía, y sobre todo intuir el camino correcto. Fue difícil y muy largo, pero España salió del agujero económico.

¡Gracias, presidente!