Pedro Sánchez debía hacer un discurso de investidura convincente sabiendo que es muy probable que esta semana no sea investido. Superó la prueba. El discurso fijó una posición abierta y responsable que incluso puede ser el eje de su campaña si al final se repiten las elecciones.

Fue el discurso de las tres R mayúsculas. Realista, porque parte del resultado electoral. Retórico porque buscó dibujar --a ratos lo consiguió-- un proyecto capaz de superar la crisis en la que está inmersa España desde la sentencia del Estatuto catalán y la irrupción de la crisis económica. Reformista porque en base al pacto con Ciudadanos esbozó una serie de propuestas --enunciadas de forma algo ampulosa-- en empleo, desigualdad, corrupción, Europa y Cataluña que pueden modernizar la sociedad española.

Realismo. Los españoles no han dado una mayoría parlamentaria a la derecha pero tampoco a la izquierda. Se precisa pues un pacto que esté basado --sin que nadie renuncie a los principios-- en un cierto mestizaje ideológico. Y de alguna forma es cierto que el PSOE es la piedra angular porque no lo puede ser ni el grupo más a la derecha (el PP) aunque tenga más diputados, ni el más a la izquierda (Podemos), y porque tiene más del doble de diputados que C's. Y en este contexto es realista haber alcanzado un acuerdo con un grupo de centro-derecha que no es a lo que tira el ADN socialista, pero que ha sido refrendado por los militantes con mayoría.

Retórico. El realismo obliga a una sublimación algo retórica del cambio. Cierto que 18 millones de españoles votaron cambio frente a los 7 que lo hicieron al PP. Pero no todo lo hecho por el PP es negro. Con las salvedades que se quiera --que son muchas y ciertas-- España ha sido en el 2015 uno de los países de la UE que más ha crecido. Y se crea empleo. Pero Sánchez acierta en que a los 18 millones que votaron cambios no coincidentes les une un rechazo bastante indignado a la aversión al diálogo --en el caso de Cataluña inconmensurable--, al cerrilismo derechista, a la crispación continua y al sanchopanzismo respecto a la corrupción de la pasada legislatura. Y Sánchez partió de este hartazgo para invitar al cambio "desde la próxima semana". Necesitaba esta retórica para intentar arrancar a Podemos de su ensueño ideológico. Y para compensar que tampoco ha podido seducir al PNV, a IU y a Compromís. Hay grupos que por realismo no se comprometen con lo que creen que no va a salir (PNV o Compromís) y otros que apuestan erróneamente por que España abrace una política más aventurada de la dibujada en el pacto PSOE-C's que ya se ha encontrado con reparos de la agencia MoodyIs.

Reformismo. Está patente en todo el discurso. Siempre se puede pedir más pero rectificar y modernizar el sistema laboral sin ir contra la necesaria flexibilidad, o profesionalizar y despartidizar órganos como el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, RTVE y la Fiscalía General del Estado son reformas urgentes y positivas.

El reformismo realista se notó cuando dijo que la UE es la plataforma para gobernar la globalización. El idealismo retórico --que en política también es necesario-- cuando abogó por una España federal en una Europa federal. Vale como metas pero la materialización tanto de la una como de la otra son fáciles.

Deberá profundizar más su propuesta respecto a Cataluña que supo a poco. Pero acierta en que el diálogo es condición previa y en recoger las 23 demandas que Artur Mas planteó a Mariano Rajoy en el 2013 y que duermen el sueño de los justos. Es incalificable que desde el 2011 --desde José Luis Rodríguez Zapatero-- no se haya reunido nunca la Comisión Mixta Estado-Generalitat.