El nombramiento de Adolfo Suárez como primer ministro en el verano de 1978 fue recibido con sorpresa. Una sorpresa más bien teñida de decepción, en algunos sectores. El tiempo acabaría diciendo que fue todo un acierto.

¿Cuáles fueron las claves de este acierto? Fueron algunas cualidades muy suyas. Por supuesto que era ambicioso. Pero conociendo su biografía anterior al nombramiento podemos afirmar que la suya era una ambición seria pero no para verse de repente catapultado a un desafío de tanta envergadura. De gran riesgo. Él siempre fue un hombre audaz, atrevido, pero dudo de que hubiese pensado en que algún día debería asumir una responsabilidad de tanta transcendencia.

Y la aceptó. Aceptó el reto de dirigir el proceso de la transición, algo que para no poca gente parecía un reto excesivo para un hombre como Adolfo Suárez. Y en cambio resultó un acierto. Cierto que tuvo a su lado algunos buenos consejeros, como Fernández Miranda. Y el apoyo decidido del Rey. Y que conocía bien los mecanismos del régimen, y por lo tanto cómo se podían desmontar. E incluso el deseo de mucha gente de que la transición fuese un éxito. Y esto era una ayuda.

Añadamos a estos factores mucha confianza en sí mismo. Incluso algo de ingenuidad. De buena fe. De convicción de que puesto que el objetivo era bueno y necesario la operación consistente en desmantelar el régimen y crear una estructura democrática tendría una aceptación general. Desmantelar un régimen que había sido el suyo pero que del cual el interés general reclamaba su liquidación. Lo menos traumática posible. Pero radical. Efectiva.

Incluso es necesario recordar --en la medida justa para no enturbiar la imagen positiva que en conjunto tenemos de la transición, pero lo suficiente para subrayar más aun el mérito de Suárez-- que no siempre encontró el clima de cooperación que el momento y su alto grado de compromiso merecían. En todo caso el peso principal del proceso recayó sobre Suárez.

Mucha gente y muy diversa colaboró en el éxito de la operación de la transición. Y es justo recordarlo y agradecerlo. Lo hacemos en un momento en que en más de un aspecto el agradecimiento se tiñe de inquietud. De profunda inquietud. Y de decepción. Pero ello no impide recordar y agradecer el mérito de Adolfo Suárez. Y recordarle con el mayor respeto.