Hay pocos clubs con más capacidad para desgastar a un técnico que el Zaragoza de Agapito. Aun así, lo vivido por Manolo Jiménez supera la ascensión y caída que tuvieron otros con el soriano. Ampliamente. El de Arahal firmó una salvación milagrosa, optó, vía la propuesta del Partido Popular a ser pregonero de las Fiestas del Pilar y hasta se marcó una histórica jota junto a la Basílica al día siguiente de la permanencia en Getafe. Algo más de un año después de aquel baile ha conducido al Zaragoza a Segunda tras una buena primera vuelta y una terrible caída en el segundo tramo sin que el entrenador encontrara respuestas ni soluciones para frenarla.

El 1 de enero de 2012 llegó al Zaragoza. No tardó en darse cuenta en el caótico club en el que se encontraba, porque solo a los diez días se marcharon Salvador Arenere y sus consejeros de confianza. Jiménez se esforzó en reactivar los resortes anímicos del vestuario, fue claro y valiente en sus mensajes, incómodo para Agapito y, tras muchos titubeos, el Zaragoza se levantó. Le costó, porque estaba muy hundido, pero la fe y la constancia del entrenador, que también anduvo cerca de tirar la toalla, hizo que el Zaragoza firmara unos números espectaculares, 33 puntos en 21 partidos, con diez victorias, para salvarse al final.

La consecución de semejante milagro dio a Jiménez una posición de fuerza en la negociación con Agapito. Cambió su agente antes de sentarse a negociar para que fuera Carlos Bucero, con el que el soriano tiene también una estrecha vinculación, y el diálogo entre ambas partes tuvo muchos altibajos. Sin embargo, la presión popular hizo que Agapito doblara la rodilla. Jiménez firmó por tres años y asumiendo un papel mayor en las decisiones para ser mánager general.

Cambio sin cambiar

Con la llegada de Molinos, con el paso atrás de Agapito y con la formación de una difusa Comisión Deportiva todo pareció cambiar. No cambió casi nada, porque el soriano siguió decidiendo casi todo. Llegaron 14 jugadores en verano, con una apuesta más decidida por futbolistas jóvenes y en propiedad, y el Zaragoza arrancó bien. Todo se cayó desde enero. La pobreza de juego, las lagunas en defensa, el bajón de nivel de los jugadores importantes, el cansancio, la falta de soluciones, los errores en los fichajes de enero... Y Jiménez se ofuscó, su discurso valiente pasó a estar repleto de excusas y de búsqueda de culpables en lugar de tratar de encontrar soluciones. Su mensaje dejó de calar en el vestuario y, tras 15 jornadas sin ganar, su elevado despido provocó que Agapito le mantuviera en el puesto sin que el Zaragoza lograse regatear a la tragedia y para que el de Arahal sumara un descenso a la leyenda negra.