A esas edades necesitan un modelo, unas normas y las consecuencias de no cumplirlas. En estos tiempos de tanta mentira y manipulación es difícil que puedan encontrar referentes. Por eso, además de en las familias, desde el sistema educativo tenemos que intentar dárselos en un proceso de aprendizaje cooperativo que se aleje de los adoctrinamientos y se dedique a acompañarlos en esas etapas. Un modelo adecuado a cada etapa y persona y que eduque en valores como la diversidad, la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación y la importancia del bien común como bases de la construcción de un mundo mejor.

Si todo esto falla, el sistema educativo que no llega a calar y dejar huella en la juventud que ha pasado por sus aulas, los progenitores que no están haciendo su función o la sociedad no les ha dejado tiempo para hacerla, entonces las autoridades deben incluir también las medidas coercitivas para proteger a la colectividad. Porque hay que darle una vuelta a la vida que estamos viviendo. La pandemia y sus consecuencias denota varias cuestiones que hay que poner sobre la mesa y que son dignas de reflexión.

Por una parte, caminamos hacia una sociedad individualista que aísla a algunas de las personas que la forman, especialmente a las más vulnerables, dentro de los cuales están sin ninguna duda las personas mayores en algún momento de su vida. La otra característica es el crecimiento de la crispación que se encauza hacia los extremos y los movimientos radicales.

Algunas imágenes que nos deja la pandemia sobre una y otra cuestión deberían mover conciencias y hacernos reflexionar sobre dos cuestiones fundamentales. La primera versa sobre qué modelo de sociedad estamos creando. ¿Son los jóvenes los que fallan o es la sociedad y su modelo de socialización? ¿El paso por los diferentes sistemas educativos va más allá y cumple con su misión de aprendizaje, o solo transmite unos contenidos curriculares? ¿Las madres y los padres cumplen con su faceta o la vida ajetreada que llevan no les permite hacerlo todo lo bien que querrían? ¿Cumplen las autoridades con su función cuando todo falla y algunos pocos irresponsables no piensan en los que les rodean o no?

Los nuevos modelos de socialización deben incluir y desarrollar una apuesta seria por la conciliación de la vida laboral, familiar y personal y por la corresponsabilidad. La otra cuestión que ha quedado clara, y que debería hacer reflexionar a la ciudadanía, es que depositar el voto, un derecho fundamental, un acto personalísimo y totalmente respetable, no debería hacerse con las vísceras y convertirse en un acto de castigo que derive hacia los extremos radicales.

Estos momentos están dejando patente que ese castigo, que en principio parece que queremos hacer a ciertos partidos, se vuelve contra toda la sociedad tal como está dejando al descubierto la situación que estamos viviendo, con esa falta de diálogo, de consenso y de pérdida de valores democráticos que mantienen algunos partidos políticos y que la mayor parte de los ciudadanos y ciudadanas no entiende, incluso muchos de los que les han votado. La prueba de que en nuestro país algo está fallando es que la crispación existente aquí, propiciada por los extremos, queda muy lejos de los amplios consensos que se están consiguiendo en algunos países europeos para atajar esta crisis. Una cosa es la crítica constructiva, también necesaria en estos momentos, y otra muy diferente la utilización de la situación sin ningún escrúpulo para sacar rédito electoral.

Así que, esa observación debe pasar por una reflexión individual y por una colectiva sobre cómo lo estamos haciendo como personas y como sociedad. Las respuestas deben encontrar las claves que discurran por construir una sociedad más comprometida con la defensa de la libertad, la igualdad, la diversidad, la solidaridad, la cooperación, el cuidado del medio ambiente en la que se desarrolle la conciliación y la corresponsabilidad en los cuidados, y en la que la vida y los ciudadanos se pongan en el centro, apostando así por las nuevas generaciones y por las personas mayores, a las que tanto les debemos.

Igualmente pasa por poner en valor a las personas que, tanto en el ámbito familiar como en el profesional, se dedican a ellos. En definitiva, una sociedad en la que se ponga la lupa no solo en los derechos sino también en los deberes, menos individualista y en la que la ciudadanía deje de mirarse tanto al ombligo para poder mirar al otro y a la otra. Somos seres sociales, y está socialización no puede quedarse solo en lo superficial, tiene que plantearse para ir más allá de salir a tomar unas cañas. Debe llevar a cuidarnos unos a otros y a desarrollar un sentimiento colectivo sin el cual la sociedad moderna, democrática y próspera, tal como la conocemos, puede ponerse en entredicho o en peligro. La búsqueda de una sociedad más justa debería marcarse en nuestro ADN y no quedarse en una utopía sino en una lucha diaria por parte de toda la ciudadanía y hasta el final de nuestras vidas. La única huella que dejaremos no será nuestro dinero, ni nuestra belleza, ni el poder que conseguimos, ni las posesiones que hayamos tenido o no.

Lo que perdurará es si cuidamos o no, si estuvimos en un momento y situación determinada con la persona que lo necesitaba, o con nuestra participación en la sociedad que también nos lo requiere. Ahora es el momento de arrimar el hombro y construir puentes y consensos tanto en la vida individual como colectiva y ayudar y cuidar. Cuidar mucho a los que nos rodean. Responsabilidad individual y colectiva y altas miras, especialmente para nuestros representantes políticos. Menos aferrarse al sillón y pensar en los votos y más compromiso para solucionar la situación y con la ciudadanía.

Esto nos llevaría a la otra cuestión sobre la que no debemos generalizar, pero sí podemos reflexionar y es cómo lo están haciendo: ¿cuándo todo falla y algunos pocos irresponsables nos ponen en riesgo a toda la sociedad, las autoridades están haciendo todo lo que deberían para protegernos? ¿Están gestionando la crisis de la mejor manera posible y pensando solo en la ciudadanía o hay un trasfondo bajo la premisa de los posibles réditos electorales? Se impone también dentro de esta crítica constructiva una revisión sobre la gestión de la crisis por parte de toda la clase política y la forma de buscar consensos para salir de ella, porque unidos será la única forma de lograrlo.

FALTA DE AUTORIDAD

Respecto de la demonización de los jóvenes y de su falta de responsabilidad en algunas imágenes muy reprobables mostradas por los medios, al analizarlas habrá que hablar también de otras como las de algunas personas adultas en discotecas sin mascarilla y sin distancia de seguridad, o en casas con grupos muy numerosos, o las patéticas de los negacionistas, o las prácticamente inexistentes sobre algunas imágenes de la pandemia por su dureza, o la de que son infalibles al virus. Entonces ¿qué estamos trasmitiéndole a la juventud?

En relación a esta reflexión sobre ciertas conductas de las personas jóvenes sería muy interesante comenzar por la falta de autoridad existente en la actualidad, propiciada, en muchos casos, por lo culpables que se sienten los progenitores por la falta de tiempo dedicado a sus hijos e hijas, que tratan de cubrir con la compra de objetos y con darles todo lo que piden, sin hacerles comprender el esfuerzo necesario para conseguirlo o no imponiendo límites o normas, o no inculcarles una escala de valores y la importancia de cada cosa. Esto genera una pérdida de autoridad con consecuencias nefastas tanto en el núcleo familiar, como en la sociedad. Luego, nos llevamos las manos a la cabeza y la sociedad contempla atónica y aterrorizada sus resultados, sin pensar que de aquellos barros estos lodos. Pasar de modelos de familia autoritarios, para confundir modelos de familia democrática con familia permisiva está haciendo mucho daño a nuestra sociedad.

Además, nunca deberíamos generalizar, en nuestros ambientes todos conocemos a jóvenes muy responsables. Un ejemplo de esta responsabilidad es lo que ha sucedido recientemente con un grupo de jóvenes de Logroño, donde tras un llamamiento por las redes sociales, han salido a limpiar las calles de lo que otros dejaron tras los disturbios en contra de las restricciones para frenar la pandemia. Son dos caras de una misma moneda y esta imagen algo tiene que hacernos reflexionar sobre cómo educamos y que esta puede ser la clave de una u otra conducta.

La apuesta por consensos pasa por un pacto por la educación que incluya a toda la comunidad educativa y a las fuerzas políticas más representativas y la búsqueda de nuevos modelos coeducativos, de igualdad y diversidad, de apuesta por los cuidados y la economía sostenible y el cuidado del planeta, puede empezar siendo un buen ejemplo para las siguientes generaciones y no el de un cambio de ley cada vez que inicia su andadura un nuevo gobierno. Si pensamos en las personas que nos marcaron en el pasado, a pesar de las nubes o tinieblas que tengamos en el mismo, recordaremos a esa persona que nos apoyó y que además seguramente también era la que ponía paz en nuestras familias o grupos de contacto; o a ese profesor o esa profesora que daba clases magistrales, que apostó por nuestras posibilidades y que tanto nos enseñó y ayudó. El ejemplo es una fórmula que demuestra unos resultados magníficos en la educación, pero también en las relaciones personales y sociales.

Saquemos lo mejor de nosotros mismos y de la sociedad para vivir hoy una vida relevante y más digna como seres humanos, para transmitírselo también a las nuevas generaciones, poniendo en primer lugar a las personas, a las cosas que realmente son importante y al diálogo y al consenso como forma de resolver las diferencias y llegar a acuerdos.