"He tenido la inmensa suerte de no haber sido nunca humillado. Pero no me cuesta tanto meterme en la piel de una niña o de una mujer maltratada. No me cuesta imaginar su perplejidad, primero, y después su tristeza, su rabia y su impotencia. A lo largo de 20 años como juez y magistrado, he conocido decenas de crímenes amargos con un rasgo común: la humillación. Tan necesaria es la prevención como el apoyo a las víctimas y la articulación de un sistema policial y judicial eficaz. La normativa de centros de acogida debe abordarse ya. Y es urgente superar el bochorno de no contar con datos rigurosos e introducir reformas legales poco aparatosas pero sí sumamente precisas. Como jurista, no tengo una fe ciega en el derecho. Pero desde cierto escepticismo bien informado, creo que sería útil emprender este trabajo. No es la solución, pero si puede aportar muchas pequeñas soluciones ante la vergüenza de vivir diariamente con la maldad".