No hay nada que esté improvisado en su interior y cualquier rincón es digno de ser fotografiado y compartido en redes sociales. En los gastrobares se cuidan todos los detalles, desde el estilo de la mesa y la combinación de las sillas, pasando por las lámparas y la altura de sus bombillas, hasta la música o las ilustraciones de sus paredes. La Clandestina es uno de esos establecimientos que algunos llaman «de modernos y hypsters» y que crean un ambiente que invita a hacerse una foto para colgarla en Instagram. Aunque por ahora solo se dejan ver en el centro de Zaragoza, cada vez son más los bares en los que se prima el diseño y la ambientación y que se han convertido en una competencia para aquellos establecimientos de toda la vida donde no importa a qué altura cuelguen sus múltiples bombillas que decoran más que iluminan.

La Clandestina abrió sus puertas hace tres años y medio en la calle San Jorge de Zaragoza. «Nos dimos cuenta de que este tipo de bares empezaban a demandarse pero no había, o estaban empezando a aparecer. La oferta estaba muy incompleta así que decidimos apostar», explica uno de sus propietarios, Fernando Solanilla, que dice que nació con el objetivo de ofrecer una «experiencia completa». «Aquí no solo se viene por el café o la comida, sino porque se crea un ambiente diferente y eso es lo que busca la gente», comenta. Y es que, según la hora del día, la atmósfera es completamente distinta. Por la mañana se explota al sol que entra por sus ventanales y por la noche su ambientación es más tenue, con una música más animada que invita a tomarse unas copas.

El público es tan variado como su carta de cócteles o de tartas. A diferencia de otros bares, por la mañana se puede disfrutar de un brunch, al mediodía de un menú con productos de proximidad y recetas caseras y por la noche de unas copas y unos cócteles de toda la vida pero con un toque que los diferencie, porque si algo tienen este tipo de establecimientos es que todo tiene que ser peculiar, desde su nombre hasta su presentación, aunque el resultado acabe resultando familiar.

Todo tiene que ser distinto, tener un sello propio. «Tocamos todos los palos y eso es lo que marca la diferencia. Lo que queremos es que la gente pueda disfrutar de platos de calidad, con una presentación muy pensada y cuidada pero de una manera informal y a precios más asequibles y la gente lo sabe», comenta Solanilla, que asegura que cada vez se demanda más este tipo de ofertas en media Europa. Y Zaragoza no podía ser la excepción. C. GOMAR