Elena, nombre ficticio para salvaguardar su identidad, salvó su vida al darle una fuerte patada en los genitales a su exnovio cuando este intentaba clavarle un taladro en el cuello. A él le impusieron cuatro años de cárcel, si bien esta pena le fue sustituida por seis años sujeto a un brazalete electrónico para evitar que se aproximara a su víctima. Esta mujer lleva conviviendo con este sistema un año y ocho meses, tiempo que reconoce estar protegida, pero a la vez asegura que es una «esclavitud».

Ahora reside en una de las islas de Canarias, lugar al que se trasladó desde Zaragoza por recomendación policial ante el miedo que tenía a su expareja. Le han llegado a ofrecer cambiar su nombre, pero se niega porque «al final voy a salir más condenada yo que él». A esta situación hay que añadir su experiencia con la pulsera telemática. El último incidente, relata, fue hace unas semanas cuando su exnovio «estuvo desde el 30 de mayo al 6 de junio sin saber dónde estaba porque el localizador de su brazalete dejó de dar señal». «Recibí una treintena de llamadas de la central Cometa para preguntar dónde estaba yo, que no me moviera al principio del lugar en el que me encontraba porque no estaba segura, que si me movía informa de a dónde iba,... y cuando este señor decidió dar señales de vida alegó que el sistema no funcionaba bien, que se había quedado sin cobertura», destaca.

Una situación que generó en Elena gran nerviosismo y preocupación, pero también indignación porque señala que en muchas ocasiones el programa da errores, pero en otras es una estrategia de los maltratadores para molestar a las víctimas. Es este punto lo que le molesta especialmente a esta mujer «puesto que fiscales y jueces no aplican el Código Penal como deberían de hacerlo». «Parece que llevar una pulsera implica que el condenado tiene libertad de movimientos y eso no es así, no tendrían por qué hacer lo que les diera la gana y mucho menos que pudieran ir a un sitio sin cobertura y no les pase nada por ello», critica.

Y es que destaca que ella, a diferencia de su expareja, tiene que comunicar, por ejemplo, cada vez que va a volar fuera de la isla en la que vive puesto que «el sistema telemático que llevamos las mujeres no puede subir encendido a un avión». «Esto implica que un día antes tienes que agotar la batería del mismo y estar en permanente contacto con la central Cometa», señala. A ello hay que añadir que la forma de carga de este aparato es «especial» y no sirve cualquier toma de enchufe como los teléfonos móviles.

EN UNA DIANA / Como consecuencia de episodios como este Elena ha perdido ocho kilos, se le ha caído el pelo y hasta le ha aparecido bruxismo -hábito inconsciente de apretar o rechinar los dientes que puede provocar molestias en diferentes partes de la cabeza-. Lamenta sufrir, al igual que muchas otras mujeres, una «doble victimización» como consecuencia del uso de la pulsera.

«Si el agresor se acerca a menos de 500 metros de ti, el sistema te avisa con una diana como de francotirador, es algo muy duro», afirma, a la vez que destaca el «fuerte pitido» que acompaña a dicho aviso. «Me acuerdo cuando aún vivía en Zaragoza y si por casualidad pasaba cerca del lugar en el que estaba mi exnovio empezaba a sonar, todo el mundo te miraba y como de forma inmediata te llaman para decirte si estás bien y si te espera una patrulla de la Policía en la siguiente parada, pues todo el mundo se te queda mirando de forma extraña», expone. Elena pide que si no hay un sistema que «garantice la seguridad, los condenados cumplan condena de prisión y no intentar lavar la imagen de este grave problema».