Todos los medios aragoneses resumieron la jornada de ayer titulando que Cs tiene la llave maestra. Lo cual es cierto porque los naranjitos no solo han adquirido una posición relevante en varias instituciones de gran porte (Gobierno de Aragón y Ayuntamiento de Zaragoza, que es de lo que más se habla), sino porque además pueden enfocar sus ofertas de pactos a diestra y siniestra. Rivera y Arrimadas han levantado todas las barreras y, según parece, están listos para entenderse con el PSOE (o con Vox). Se abre así una opción hasta ahora imprevista. Se habla mucho de un intercambio natural entre Ciudadanos y los socialistas que podría estar ya sobre la mesa: estos se hacen con el Gobierno aragonés y aquellos, con la Alcaldía cesaraugustana. No precisarían más auxiliares ni cómplices: plisplás. Pero...

El poder de los bloques

Salvando ese apaño más simple, que retorcería sin embargo la lógica de los bloques ideológicos, la situación es muy compleja. Las derechas pueden acordar gobiernos en la autonomía, las tres capitales, la Diputación Provincial de Teruel (las de Zaragoza y Huesca son de la competencia) y otros municipios, amén de unas cuantas comarcas. Pero para lograrlo será preciso trabar alianzas tripartitas o cuatripartitas. Entonces... ¿cómo armonizar los intereses del PAR, por poner un caso, con los de Cs o Vox, sobre todo este último partido cuya actitud antisistema ha sido manifiesta? Aliaga no ha dejado de referirse a ese posible factor de ruptura.

Volviendo la oración por pasiva, si el PAR recuperase su entendimiento con el PSOE, ¿estarían dispuestos en Podemos a dar su conformidad? Quizás sí, pero habría que cuadrar las cuentas con tremenda habilidad.

Los bloques existen no obstante, y su solidez se fundamenta en la sensación ideológica. Vox en un lado o Podemos o IU en el otro, tendrían muchas dificultades para explicar a sus clientelas el hecho de que una abstención suya o un voto en contra (del correspondiente candidato socialista) hubiera propiciado la llegada a un gobierno del candidato antagónico (del PP, se supone). O viceveras: ¿cómo justificarían los de Abascal un desencuentro con las derechitas cobardes que acabase beneficiando a los odiosos progres?

Pero al margen de esta circunstancia, la llave está en muchas manos. Es una combinación de varios dígitos. Y si uno de ellos falla... no hay nada que hacer. Cs cuenta, desde luego. Pero Vox también, en muchas instituciones clave. Y por supuesto el PAR. El PP, con unos resultados pésimos, está obligado a ponerse de acuerdo con demasiado socios. Le van a pedir la Luna.

Aquí no dimite nadie

La vida sigue, de aquellas maneras. Podemos ha sufrido un verdadero desastre. Aquí y en muchos lugares. Pero Iglesias, su jefe supremo, dice que no tiene pensado dimitir. Su homólogo aragonés, Nacho Escartín, tampoco se hace responsable de la ruina. Sugieren una autocrítica «de todos», en línea con la tradición izquierdosa de convertir el fracaso en una abstracción.

A Santisteve le ocurre lo mismo. Culpa de su catastrófica derrota al capitalismo global, a los poderes ocultos, a los enemigos del pueblo. Sale de la alcaldía de Zaragoza como entró: sin enterarse de nada. Quizás debiera llamar a su colega gaditano, José María González Kichi, y preguntarle por el secreto del éxito.

Nadie dimite. Es lo habitual, aunque no sea lo normal. Ahora vienen semanas de intensas negociaciones y tratos por encima y por debajo de la mesa. Ya no hay mayorías absolutas de un solo partido. No las habrá en mucho tiempo. Y eso implica diálogo y cultura del acuerdo. O sea, de la transacción y la cesión. Es el sino de toda la política europea, pese a los nacionalpopulistas que el domingo, por cierto, vinieron pero no ganaron.