Una mujer lloraba despacio mientras miraba al escenario esperando encontrar respuestas. Sonaba un violonchelo que se acompasaba con las lágrimas. Lágrimas que caían sobre los paraguas. Pasos lentos y silenciosos por miles que ahogaban gritos de rabia en la garganta. "¿Que qué siento? ¿Cómo te lo explicaría yo? Dolor, impotencia, rabia ¿miedo? No, miedo no", comentaba Mari Carmen.

Los manifestantes de Zaragoza cargaron con la tristeza, reflejada en todos los rostros, hasta en los de los niños, que habían cambiado su risa y su alboroto habituales por una expresión seria. Un pequeño había pintado en letras azules y rojas una hoja de cuadros de su cuaderno escolar: ETA no. No queremos terrorismo . Alzaba orgulloso su papel por encima de la cabeza.

Nadie quería terrorismo. Ni violencia. Ni guerras. Gritos contra los asesinos. Contra cualquier asesino. Apenas sobresalía alguna voz más alta que otra. Sólo un zaragozano que no podía contener la rabia.

La lluvia iba y venía, como las lágrimas. "Es que nos puede tocar a cualquiera". Era Yolanda, que paseaba pegada a otra mujer, como si el contacto fuera la tabla de salvación.

De cuando en cuando, el silencio, el rumor bajo de murmullo, se veía interrumpido por las palmas, aplausos rítmicos que son ya todo un lema sonoro contra la violencia en este país. "No vamos a permitirles que ganen la partida. ¿Por qué he venido? Porque es un derecho y un deber cívico asistir a actos como éste", explicaba Gustavo.

En el escenario de la plaza del Pilar, la voz estremecedora de la soprano Beatriz Gimeno acariciaba el aria Pie Jesu del Requiem de Fauré, sobre el fondo armónico que construía el pianista Miguel Ingel Tapia.

Doha Abdel Kader llevaba en brazos a una niña que miraba curiosa. La mujer árabe, con la cabeza cubierta, se esforzaba por hacerse entender en un castellano precario. "Estoy muy triste, tengo mucha pena. Esas familias...", repetía.

"Todos somos víctimas". Lo decía Amhed, iraquí aferrado a una bandera de su país con crespón negro.

La lluvia no envió a nadie a casa. Se mojaron sin chistar cuantos iban sin paraguas, autoridades incluidas. La ciudad cotidiana se paró.