El azar ha querido que compartan actualidad dos fenómenos con mucho en común: el desastre provocado por el lindano en el río Gállego y la cumbre especial de Naciones Unidas sobre Cambio Climático celebrada esta semana en Nueva York. En lo local uno y en lo global el otro, comparten, al menos, cinco características que querría resaltar con el objetivo de aprender de ellas para poder actuar: en ambos casos conocemos lo que pasa, sabemos que el problema es global, sus efectos no se ven a corto plazo, son siempre las arcas públicas las que asumen los costes, y tenemos la certeza de que cuanto más tardemos en actuar más difíciles serán las soluciones.

En la sociedad del conocimiento en que vivimos entendemos cada vez mejor los efectos de las acciones humanas sobre el planeta. Hace 20 años, colectivos ecologistas y científicos alertaron sobre los desastres que los vertidos de lindano de Inquinosa podrían provocar. En ese momento fueron descalificados por quienes justificaban cualquier acción en pro de un puesto de trabajo. De la misma manera, hoy existen evidencias, que nadie con criterio y conocimiento se atreve a negar, de que el cambio climático ha venido para quedarse. Los informes científicos han dado ya la voz de alarma y han advertido de que hemos llegado a puntos de no retorno en algunas variables. El conocimiento, por tanto, no es la excusa, aunque el desprecio y la descalificación siguen siendo la respuesta en muchos casos.

Nos encontramos ante fenómenos cuyos efectos no se dejan sentir a corto plazo. En el Gállego hoy estamos sufriendo las consecuencias de vertidos que se produjeron hace nada menos que cuarenta años y cuyos perjuicios se han extendido a lo largo de estas décadas. De la misma forma, no somos conscientes de la realidad del cambio climático hasta que alguien no echa la vista atrás y muestra cómo han retrocedido los glaciares, cómo cambian los plazos y tiempos de las cosechas o cómo hay ya islas en el Pacífico que han sido inundadas por la subida del nivel del mar.

Y SI EL TIEMPO no sirve para referenciar estos problemas, tampoco el espacio: Los vertidos de lindano se dejaron sentir ya en su día en los ibones pirenaicos y hoy sus consecuencias atraviesan al conjunto de pueblos bañados por el Gállego. De forma similar, el calentamiento del planeta, la polución de las aguas superficiales y subterráneas , o la contaminación de la atmósfera, no conocen de fronteras.

Los paralelismos se sitúan también en el plano económico. El asunto de Inquinosa ha costado a las arcas públicas, de momento, nada menos que 50 millones de euros, mientras la empresa se declaraba insolvente. Pero esta cifra incluye tan sólo las inversiones directas para intentar paliar el desastre. ¿A cuánto ascendería si incluyéramos el coste de oportunidad sobre unos terrenos contaminados o las afecciones sobre otras obras como el desvío de la autovía a su paso por Sabiñánigo a consecuencia de los vertidos? ¿Y si además añadimos cómo este drama ha condicionado el abastecimiento de agua a Zaragoza, con el coste de infraestructuras que ya conocemos?

Análoga situación la que se produce respecto al Cambio Climático: ¿Quién paga los costes de salud --bajas laborales, asistencia sanitaria, etc.-- derivados de la contaminación? ¿Quién acaba asumiendo las indemnizaciones y reparaciones de las tragedias provocadas por fenómenos extremos que cada día están más relacionados con el cambio climático?. Nuevamente, son las arcas públicas las que han de asumir este coste.

Una certeza asoma: Cuanto más tardemos en actuar, más difícil será la solución. Lo estamos viendo estos días en el Gállego, donde un problema ambiental mal gestionado, sin la valentía necesaria por parte de ningún gobierno, en el que durante décadas se ha querido esconder la basura bajo la alfombra, reaparece mostrando la fragilidad del ecosistema y haciendo sospechar firmemente de la contaminación de suelos, aguas y del acuífero.

El caso del lindano en el Gállego es un escándalo de varias décadas que no puede tratarse hoy de forma superficial, ni restándole importancia, ni intentando esconder su gravedad. Obviamente es un problema ambiental y de salud pública, que como en tantas otras veces, viene a ser lo mismo.

Estamos ante un caso que nos muestra cómo, en un mundo globalizado bajo una economía que ha olvidado la relación del ser humano con la biosfera, las primeras víctimas somos los humanos. Aquél discurso que contraponía el respeto al planeta con el desarrollo social y económico se ha caído por su propio peso. Ya nadie que analice con un mínimo de rigor las cosas lo puede mantener. El desafío hoy es la construcción de un modelo de desarrollo cuya economía se entienda como una variable dependiente de la biosfera, y nunca al revés.