Los 1.600 reclusos de la cárcel de Zuera sólo cuentan en la actualidad con cuatro educadores, por lo que los presos tienen que estar en listas de espera si quieren acogerse a los programas para aprender a leer y escribir, según denuncian los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria.

Mari Carmen Ferrero, capellán del centro, explica que la plantilla de educadores era de 16 para una población teórica de 1.000 reclusos, pero la cárcel se ha masificado hasta llegar a 1.600 internos sin que las plazas se hayan cubierto. "El problema es que las competencias en educación se han transferido a la DGA, pero no las de educación penitencia. Teóricamente corresponden al Ministerio del Interior, pero allí se lavan las manos y, los unos por los otros, nadie arregla esta situación. Se trata de un territorio de nadie", manifiesta.

El déficit de plantilla va acompañado de la ausencia de presupuesto para gastos. Irene Lasheras y Carmen Marco, voluntarias que dan clases de dibujo a los internos, tienen que poner dinero de su bolsillo para proporcionárselo a sus alumnos. "Hay cosas muy sencillas que supondrían un gran aliciente para aliviar la penosidad de los reclusos, como que dispusieran de sus propias cajas de pinturas para asistir a las clases, pero no hay presupuesto", dice Lasheras.

Según Ferrero, "todos los documentos escritos insisten en que debe de primar en las cárceles el objetivo de la reinserción, y creo que la educación es primordial para ello. Sin embargo, el 65% de los presos reincide y habría que preguntarse por las causas".

EL PROBLEMA DEL LENGUAJE La inmigración agrava el problema de la educación penitenciaria. En la actualidad, hay 400 presos extranjeros en Zuera que necesitan apoyo para superar las dificultades de lenguaje.

"La educación no es el único problema que hay en el centro. Hay otros muchos, como la sanidad, aunque éste es común al resto de las prisiones. Hay personas que no tenían que estar allí, sino en centros psiquiátricos o, por lo menos, ser tratados por especialistas, pero sólo hay un psiquiatra que visita la cárcel una vez al mes. No hay tratamiento continuado,", dice Ferrero.

La capellán del penal asegura que hay internos con sentencias que señalan que tienen que cumplir las penas en un centro especial.

Para Lasheras, son personas que necesitan otro tipo de atención: "También ocurre con algunos presos especiales, como uno que tiene 79 años pero no puede salir porque no tiene a dónde ir. También hay otro que es terminal de cáncer. El problema es que faltan recursos externos fuera de la prisión. No hay centros que puedan acogerlos. Los que existen son privados y los presos no tienen dinero para pagárselos".

Ignacio Prol y Raquel Mora, voluntarios que imparten aulas sobre manualidades, resaltan las dificultades de rehabilitación de los presos que sufren lesiones por accidentes. "En la prisión no hay fisioterapeutas que les ayuden y el gimnasio no dispone de aparatos adecuados. Fuera de la cárcel puede parecer gratuita esta demanda, pero el preso sólo está privado de su libertad y no de otros derechos. La sanidad y la educación son esenciales", recuerdan.