María del Carmen Alejandre, la acusada del incendio mortal de la residencia Santa Fe de Cuarte de Huerva en julio del 2015, negó ayer en la primera jornada del juicio que ella prendiese un colchón y desatara la tragedia. «Lo juro por lo que más quiero en este mundo, que es mi hijo deficiente: yo no fui», afirmó al magistrado presidente del tribunal, incluso antes de que comenzase el interrogatorio fiscal.

El jurado popular escuchó ayer cómo la mujer negaba los hechos por los que se enfrenta a 62 años de cárcel según la Fiscalía (por nueve delitos de homicidio, otros tantos de lesiones y uno de incendio intencionado), y hasta 138 para la acusación particular que ejerce el letrado Ricardo Agoiz, en representación de 9 de las familias.

Como había anticipado su letrada, María del Carmen Alejandre negó durante su comparecencia no solo la quema en sí, sino la mayoría de indicios en los que las acusaciones se basan. Por ejemplo, si estas justifican su acción porque quería irse de la residencia porque estaba a disgusto, ella aseguró que no tenía motivos porque iba a abandonarla «el 1 de agosto», para irse a otra.

Reconoció que se había alterado tras discutir con un hijo que se iba a casar sin invitarla (había llegado a la residencia desde la cárcel de Zuera, por apuñalar a su marido, ya fallecido), pero «que me cabreara con mi hijo el pequeño -no el discapacitado- no quiere decir nada», aseguró.

OLOR A HUMO / Según fue recordando la mujer a instancias de la fiscala, aquella noche del 11 de julio del 2015, sobre las 23.30 horas, estaba viendo la televisión en el salón de la planta baja con la cuidadora, «Sarita» (Zenaida Flores), y una de las supervivientes del incendio, Carmen Garza, y subió a dormir a su habitación de la primera planta.

Al subir, afirmó, «me vino un olor como de humo, pero en el chalet, porque aquello era un chalet, había muchos olores y pensé que Sara estaría cocinando un postre y se le habría quemado el azúcar».

Con esta idea, siguió contando, se fue a la cama pero notó más olor y calor, y descubrió el fuego en una habitación contigua, desocupada. «Sara, sube que hay fuego», dijo, y bajó a la planta calle, sin avisar a sus compañeras de habitación. «No me atreví, no me fueran a decir algo», justificó.

Este fue uno de los detalles que parecen revelar que, como sostienen las acusaciones, no se llevaba muy bien con la mayoría de los residentes. Aunque lo negó, a lo largo del interrogatorio fue deslizando pistas, como que otros la amenazaban con «llamar a la Policía», aunque por motivos tan peregrinos como que se columpiaba muy fuerte en el balancín.

En él se sentó tras salir de la residencia. Pero contrariamente a lo que sostienen los acusadores, aseguró que lo hizo porque se lo dijo «la Policía y los Bomberos, porque iba descalza». Afirmó que antes de sentarse había ayudado de hecho a salir a una de las residentes, Elena, mientras Carmen Garza hacía lo propio con otra, Dominica. No ayudó más porque «no podía, tenía el tobillo roto», justificó, empuñando su muleta.

La mujer no negó que pudiera parecer fría (los forenses hablan de falta total de empatía). «Me asusté, pero yo tengo unos nervios interiores», aseguró. Y descartó que su alteración mental le afectara, porque se tomaba «todo lo que dicen los médicos», como lo hace en la prisión.