Para que exista una tregua hace falta que exista una guerra. Si se confirma la más que probable autoría de ETA, no sería extraño que en su lógica perversa los terroristas lanzaran con sus atentados de ayer un mensaje de contraste con el anuncio de tregua en Cataluña. Sin atentados, una tregua no es perceptible. En un panorama con atentados sangrientos, la tregua se convierte en un macabro mensaje político.

Es obvio que Cataluña no le importa en absoluto a ETA. Ni le importaba cuando atentó en Hipercor ni cuando proclama su tregua insultante. Como no le importan las personas que ayer viajaban en tren en Madrid. ETA ha utilizado la imagen de Cataluña para sus objetivos. Ciertamente, a partir de errores propios, que no es momento de subrayar. En cualquier caso, de una forma absolutamente unilateral, al margen de Cataluña.

Desde el nacionalismo catalán, el crimen de ayer en Madrid duele de una forma doble. Duele por la crueldad. Pero también por la certeza de que nos han utilizado. Si los atentados de Madrid se presentan como el contrapunto de la tregua en Cataluña, es una forma de enfrentarnos, como catalanes, con los muertos de Madrid. Y los catalanes estamos enfrentados con quienes les mataron.

Esta salvajada demuestra que los éxitos policiales no inmunizan contra el ataque indiscriminado. A la vía policial habrá que sumar otras para evitar una violencia con la que es imposible convivir. Sin prepotencia, sin arrogancia, junto al nacionalismo democrático vasco, que ya ha demostrado su rechazo de la violencia. El nacionalismo catalán debe estar al lado de todas estas vías. Por muchas treguas-trampa que nos tiendan. O, precisamente, porque nos las tienden.