Los maltratos psicológicos son el punto de partida del infierno de muchas mujeres víctimas de violencia machista. Tres de ellas explican a este diario el sufrimiento del maltrato con lágrimas y sentimiento de culpabilidad. Subrayan que el abuso físico no es tan doloroso como el daño mental. Sus parejas utilizan a los niños para hacerles daño, lo que se conoce como violencia vicaria. Reconocen que este es el «peor dolor que una madre puede sentir». A todas se les ha cambiado el nombre para evitar represalias.

María, madre de un niño de 8 años, cuenta que su infierno empezó cuando decidió denunciar, cuando pisó por primera vez la comisaría, huyendo a través de las montañas con su hijo. Las otras dos víctimas coinciden en que la pesadilla vivida después de la denuncia es peor que sentir los golpes de sus parejas.

GLORIA

Una niña que fue su salvación

A veces los niños no son solo la fuente de sufrimiento, son la salvación. Es el caso de Gloria, una mujer que tras recibir una paliza fue su hija de 5 años «la que avisó a la policía». El miedo en el momento de denunciar les invade, coinciden todas en su relato. «‘No lo hagas, no me hagas esto, con lo que yo te quiero’, te dice él. Y no, no lo haces, ¿cómo le vas hacer esto?»

Las órdenes de alejamiento no llegaban, y cuando lo hacían eran incumplidas por parte de él. La hija empezó a mostrar síntomas en el colegio y servicios sociales intervino, hasta el punto de que un día después de ir al juzgado cogieron a Gloria y a dos de sus tres hijos y se los llevaron a una casa de protección. «Estábamos aislados en un pueblo en la montaña. Me quedé sin trabajo. Solo un piso y 400 euros que no llegan para nada». Uno de sus hijos acababa de cumplir 18 años cuando los trasladaron al piso. «El mayor no entraba en el plan de protección por ser mayor de edad».

A ella le diagnosticaron fibromialgia, y todo se complicó porque el lugar adonde la llevaron los servicios sociales no tenía los cuidados que necesitaba, por lo que decidió volver. «Todo el mundo te juzga, ‘si vuelves no será para tanto’, te dicen. Yo lo hacía para proteger a mi hijo de 18 años, que se quedó con el padre». Su pareja entró en prisión, aunque no por maltrato, sino por robo, pero la tranquilidad a Gloria le duró tan solo tres meses. «Empezaron las llamadas, las amenazas, las visitas de matones contratados». Ella estaba en el punto de mira por riesgo de los menores. Además, continuamente recibía amenazas de muerte para ella y los niños. La desahuciaron con tres hijos y una enfermedad.

Él salió de prisión. «Le dejé quedarse en casa para tenerlo controlado». Pero el descontrol llegó una noche. «Yo estaba tumbada sin poder levantarme del sofá por mi enfermedad, se acercó y me violó». Gloria decidió abortar, pero la justicia entendió que solo fue «abuso verbal», aunque tenía informes del aborto y el testimonio de la policía que avisó.

Las tres madres de esta información siguen luchando, no por ellas sino por sus hijos. María se ha mudado a un piso pequeño sin pasillos y con contraventanas por el temor del niño a que venga el padre, al que tiene la obligación de ver. Además, ella actualmente está pendiente de un juicio acusada de secuestro. Clara sigue con el miedo de denunciar los maltratos que explican sus hijos, tanto en casa como en el cole, donde les dicen: «No digas esto de papá, él es bueno». Sabe que cualquier día puede llevárselos. Y Gloria sigue luchando contra su enfermedad y para salir adelante con sus hijos. «Mi hija ha salido muy empoderada como mujer al ver todo esto, pero mi hijo lo vivió desde bebé y tengo miedo de que lo reproduzca».

Todas concluyen y agradecen el hecho de haberse unido a un colectivo feminista. «Si no fuera por ellas no estaríamos aquí». Y todo acaba en: «Prefiero mi sufrimiento, mi daño, a que toquen a mis familia, a mis hijos. Utilízame a mí».

MARÍA

Escapada a través de las montañas

María vivía aislada en una masía en medio de una montaña. Ella huyó del padre de su hijo, al que denunció por maltratos al menor, que presentaba señales de violencia probadas por los informes médicos. Además, la propia María había presenciado cómo el padre amenazaba a su hijo de 16 meses con pegarle o matarlo. Aunque la policía fue muy taxativa: «Tú te has separado, pero tu hijo no». Al cabo de tres meses sin saber nada del padre, la pediatra vio un progreso. El niño era capaz de dejarse tocar y podía jugar. En ese momento la enfermera le pidió un informe forense, el mismo que detectó los traumas que el niño sufría. «La forense simulaba llamar al padre y el niño huía». Aquí empezaron a detectar los indicios de maltratos, pero si no hay un hecho físico, no sirve de nada.

La persistencia del maltratador es infinita. «Te denuncian a ti. La loca según los servicios sociales eres tú». María tuvo que abandonar el pueblo porque su marido lo empapeló con su foto bajo el lema Denúncienla, maltrata al niño. Después de dos detenciones decidió marcharse con el pequeño, pero se lo arrebataron en la entrada de un hotel. «Un año sin mi hijo, un año de lucha, sin él».

Aunque tuvieran los informes médicos, los que señalaban al padre como alcohólico y drogadicto, y aunque ya le habían retirado la custodia de un menor tutelado al encontrarlo en el hospital con droga, María no obtuvo la custodia porque él la había denunciado a protección de menores alegando que no protegía al niño y lo maltrataba.

El niño pasó un año en un centro de menores, alejado de su madre. Ahora, ya en casa, tras un año de juicios pospuestos por «excusas inventadas» del padre, se le ha dado la razón a la madre.

Ahora el niño sufre un shock postraumático como consecuencia de la separación madre-hijo y duerme en una cama sin patas porque tiene miedo de que su padre esté debajo del lugar en el que descansa. Además sufre un trauma con las figuras masculinas. «No puede tener un profesor por el trauma a los varones. Le han tenido que cambiar el maestro para poder ir a clase», señala.

CLARA

Ocho años entre gritos y palizas

Lo mismo le ocurre a Clara, una madre con dos hijos de los que no tiene la custodia, aunque el padre ha renunciado a cuidar a los niños, por lo que estos vuelven a estar con la madre a pesar de lo que diga la ley. Ella tiene informes médicos de maltratos físicos y psicológicos. «Mi hijo ha llegado a tener una pierna rota por una paliza, pero el juez me ha dicho que mientras estén con su padre maltratador están protegidos». Los dos hijos han normalizado los golpes y gritos alegando que ya se harán mayores y alguien les creerá. Hasta ahora, Clara se comunicaba con los pequeños mediante consignas, un código secreto para saber si el padre les había pegado. «¿Has comido polo de fresa o de menta?»

Clara acusa al padre de no querer a sus hijos. «Si realmente me quisiera hacer daño a mí, ya estaría muerta. Maltrata a los niños porque no los quiere». Confiesa que no dormía por la noche pensando en si sus hijos estarían bien, si habrían comido o si el padre les habría vuelto a castigar sin comida, o a lo mejor les había vuelto a dar una paliza.

Ahora ya hace más de un año que Clara tiene a sus hijos en casa. Esta semana, el colegio le ha asegurado que los servicios sociales están al corriente de que los niños viven con ella. «¿Por qué han permitido entonces que mis hijos hayan vivido durante ocho años entre gritos y palizas, si ahora me los dejan tener?» Clara afirma que los pequeños viven amenazados por su padre.

«Si no te portas bien, ya sabes que te pasará. Si no te callas, vuelves a casa y sabes lo que te toca». Además, asegura que desde que están con ella le han prohibido denunciar los golpes: «Mamá, no llames a la policía o papá nos pegará». De hecho, en cualquier momento Clara puede recibir la visita del padre de los niños, que se encuentran «aterrorizados» por la situación». «La gente no se cree que exista el maltrato al niño, creen que son niños y lo dicen para jugar».