La violencia de género tiene muchas caras. Algunas, desgraciadamente, son fácilmente visibles. Lo vemos cada vez que aumenta el número de mujeres, niñas y jóvenes que mueren a manos de un hombre. Lo vemos también cuando se producen agresiones físicas que dejan huella o escuchamos con claridad frases que muestran, incitan o alimentan actitudes y acciones machistas.

Otras veces la cara de la violencia se esconde y es más difícil de ver a primera vista. Pero niñas como Jenneh en Sierra Leona, Angie en República Dominicana o Amina en Jordania se la encontraron de frente. Las tres fueron obligadas a casarse siendo niñas. Que los cuerpos de las niñas y las mujeres han sido moneda de cambio en contextos de guerra, lo sabemos y nos aterra. Pero cuando la transacción se hace entre familias, cuando es su propio padre el que ofrece en matrimonio a su hija y todo transcurre en medio de conversaciones pausadas entre adultos, la violencia permanece un poco más oculta. Esa, también es una violencia machista. Nada tiene aquí que decir u opinar la niña que está a punto de dejar de serlo. Son ellos la mayoría de las veces los que ofrecen, negocian y acuerdan. El trato está cerrado.

Así es para muchas niñas en países como Sierra Leona, donde casos como el de Jenneh se repiten cada día. Con solo 11 años fue obligada a casarse con el jefe de su poblado, un hombre de 56. Pronto se quedó embarazada y sufrió las complicaciones físicas del embarazo en un cuerpo que apenas estaba preparado para soportarlo. De nuevo, una violencia más sobre ella, esta vez sobre su cuerpo y su salud. Hoy tiene a su hija de 4 años con ella, pero muchas niñas como Jenneh mueren en el parto como consecuencia de las complicaciones o pierden a sus bebés.

Casarse significa también dejar la escuela y privarla de una educación. Y esto, también es violencia. Jenneh tuvo que renunciar a su educación y sufre malos tratos por parte de su marido en su hogar.

Amina tiene 15 años y vive en el campo de refugiados de Zaatari. Hace un año su padre la prometió con su primo y sonríe tímidamente cuando dice que quiere seguir estudiando. Pero no podrá. Las niñas que se casan en este campo de refugiados dejan de ser niñas. El colegio no es lugar para las esposas. Amina dejará de ir con sus amigas a clase y tomará las riendas de las tareas del hogar. Es posible que se convierta en madre adolescente y que su vida se reduzca al interior de una de las casas de metal que hay en el campo de refugiados.

Angie es de República Dominicana, un país con el 22% de maternidad adolescente entre 15 y 19 años y que ocupa el cuarto puesto en muertes de embarazadas de América Latina y el Caribe. Hablar de esta región es hablar de violencia hacia las mujeres. Esa que, como decía antes, es desgraciadamente visible con las cifras de feminicidios, pero que además, suma estas otras violencias. Violencias como las que vivió Angie que se vio obligada a una unión forzosa cuando se quedó embarazada con 16 años. En muchas de estas uniones las jóvenes acaban viviendo violencia sexual, física, verbal y económica.

Es necesario trabajar y luchar contra todas las formas de violencia de género. Acabar con el matrimonio infantil es parte de esa lucha. En Save the Children el proyecto The Right To Be a Girl pone el foco en esta situación que vive en el mundo 15 millones de niñas cada año. Su libertad de decisión, su salud, su educación y sus sueños de futuro deben ser defendidos, protegidos y respetados. Que un hombre decida sobre sus vidas, abuse de ellas, las agreda o las prive de libertad, es violencia.