Me la han matado!", "¡me la han matado!", exclamaba derrumbada la madre de María Luisa Polo Remartínez, la mujer de 50 años nacida en Ateca que perdió la vida en la masacre terrorista de Madrid del pasado jueves.

Eran las doce del mediodía. En la vacía plaza del ayuntamiento aún pendía el cartel que presidió la manifestación del viernes: Ateca contra el terrorismo . Pero ayer reinaba el silencio. Cientos de vecinos del pueblo, apostados a ambos lados de una estrecha cuesta de abruptos adoquines, esperaban resignados la llegada del cortejo fúnebre a la iglesia de santa María.

Unas horas antes, el féretro con el cuerpo de la mujer --que portaba un letrero con el número 53-- salía de la capital de España con destino al pueblo zaragozano. Tres coronas de flores, colocadas en el exterior de la fachada parroquial, recordaban el aciago motivo del encuentro.

Media hora antes del funeral, las campanas repicaban a gritos el dolor del municipio. Tras la resaca de la concentración, llegaba la hora de afrontar lo más duro.

"Conforme pasa el tiempo aumenta el sinsentido. Tenemos que acompañar en su dolor a la familia de María Luisa, porque todos están destrozados", explicaba el alcalde de Ateca, Javier Sada.

Los padres de la fallecida y su hermana melliza, María Angeles, entraron a la iglesia abrazados. En el centro caminaba la madre, que recibía el consuelo de una hija que no pudo mantener la gran entereza que mostró durante la manifestación del viernes. Junto a ellos estaban el marido y la hija de la víctima, de 18 años.

"Hace unos días murió un joven y ahora esto... Es realmente terrible. Todos estamos consternados, porque nos conocemos de toda la vida, pero es extraño porque esa sensación se mezcla con la rabia. Además, sentimos la impotencia provocada por la muerte de tanta gente, que se acentúa al verlo tan de cerca. Siempre pagan justos por pecadores", comentaba Pilar, vecina de Ateca.

"Nadie tiene fuerza para levantar la cabeza. Todo lo que está sucediendo es muy fuerte", señalaba Angela Remartínez, pariente de la víctima.

A pesar de la crispación, el párroco de la localidad, Lorenzo Sánchez, hizo un lamamiento a la "unidad" ante el terrorismo y la violencia durante su homilía. Niños, jóvenes, ancianos... Las lágrimas camufladas tras un pañuelo o tras una huidiza mirada hacia el cielo eran frecuentes. Poco después, el cuerpo de María Luisa recibía sepultura en el cementerio de Ateca.

"Ayer todos nos echamos a la calle. Pero hoy, lo único que podemos hacer los vecinos es dar mucho afecto a la familia. La amistad siempre ayuda algo, aunque nadie pueda reparar esta tragedia", concluía José, un amigo de los afectados.