En el momento en que la deuda pública parece que ya no hace sufrir y los mercados financieros internacionales están dispuestos a comprar a tipos de interés razonables, cuando los datos del PIB ya no son negativos y los del mercado de trabajo pasan de la oscuridad más absoluta a unas tonalidades claroscuras, parece que hay necesidad de pasar página de la crisis y hacer hincapié en la esperada recuperación.

Es comprensible la necesidad de mensajes que refuercen los datos positivos y ponderen más estos que los que no lo son tanto. Con todo, no podemos hacer como si nada hubiera pasado. Basta dar una vuelta y ver promociones de viviendas a medio terminar o solares anunciando la venta de viviendas de ensueño para recordar que la crisis no ha sido una pesadilla y nos dejará algunas cicatrices en el paisaje y a los servicios públicos básicos y al mercado de trabajo tocados.

Justamente la falta de trabajo que afecta a millones de personas es una herida abierta que cuesta cicatrizar, especialmente en el caso del paro de larga duración. Según la última Encuesta de Población Activa (EPA), casi 3,5 millones de personas hace más de un año que buscan trabajo (más del 60% de las personas paradas) y de estas, el 68% hace más de dos. En resumen, no podremos mejorar los datos de paro sin Políticas Activas de Empleo (PAE) especialmente diseñadas para personas que llevan años sin trabajar.

Los obstáculos para poner en práctica estas políticas no son menores: faltan recursos y, sobre todo, un modelo claro de cómo deben ser los servicios de empleo, más allá del debate de si deben ser públicos, privados o público-privados.

Los años de burbuja laboral hicieron que las PAE se centraran en colectivos con especiales dificultades para acceder al mercado de trabajo, como por ejemplo, las personas con discapacidad o en exclusión social. El principal mecanismo fueron contratos específicos para colectivos concretos (de ahí el gran número de contratos, la reducción del cual difícilmente puede suponer una mejora del paro) que incentivaban la contratación con bonificaciones.

El resultado es un volumen millonario de recursos aplicados en forma de bonificaciones, una clara inercia a utilizarlas de forma generalizada a pesar de que hace años que se cuestiona su efectividad por parte de estudios tanto de ámbito nacional como internacional y, de rebote, no haber apostado por una red de oficinas de empleo con capacidad de acompañar a las personas más allá de realizar los preceptivos trámites para poder cobrar la prestación.

Precisamente acompañamiento es la palabra clave para lograr que aquella persona que hace uno, o dos, o más años que no trabaja, vuelva a creer que es posible y reanude el proceso nada fácil de buscar empleo. No se trata de un acompañamiento meramente anímico, se trata de un acompañamiento profesional, personalizado y sostenido durante el tiempo necesario tal y como se hace en otros países de nuestro entorno. Tal y como apunta la Organización Mundial de la Salud en 2012, los efectos de la crisis en forma de paro se convierten en un problema de salud pública ante el que la mejor receta no es la medicalización de las personas sino más PAE.