Unos gritos desgarradores rompieron a las cinco de la tarde de ayer la habitual quietud de Fabla Aragonesa, una calle peatonal del barrio de Vadorrey a la que se asoman varios bloques de pisos construidos a fines de los años setenta. ¡Mi mujer, muerta!", repetía una y otra vez en un español vacilante un hombre de unos 50 años. Varios vecinos se le acercaron y le ayudaron a marcar el teléfono de la comisaría de Arrabal, mientras el extranjero, que buscaba en vano unas gafas, gritaba preso de la desesperación: "Jehová, Jehová!".

Desde ese mismo momento, una pequeña multitud se arremolinó en torno al número 5, un bloque de nueve alturas, y ya no se marchó del lugar hasta pasadas las diez de la noche, cuando el furgón de la Hermandad de la Sangre de Cristo se hubo llevado los cadáveres de tres personas, dos mujeres y un hombre joven a los que casi nadie conocía.

"Eran rumanos y se mudaron a este piso hace dos años", comentó la propietaria de la vivienda, que se había enterado del crimen por la radio y había ido a interesarse por lo sucedido. "Era un matrimonio de mediana edad y dos hijos de unos 20 años".

El padre de familia trabaja en la construcción y otra vecina dijo que ayer coincidió con él en el autobús, tanto a la ida como a la vuelta del trabajo.

"Tiene una hija muy guapa", indicó una inquilina del bloque donde ocurrió el crimen. La chica, al parecer, tenía un pretendiente de su misma nacionalidad, pero anteriormente había salido con un joven español que ayer también se acercó a Fabla Aragonesa a ver qué había ocurrido y que no quiso hacer declaraciones.

"Son testigos de Jehová", manifestó una persona que conoce a la familia rumana. Al parecer, los inmigrantes habían llegado al piso ayudados por la asociación Federico Ozanam, que se encargaba de pagar el alquiler de la vivienda. "Los padres no hablan bien español, pero los hijos sí, y se les ve muy integrados", declaró una vecina que mantiene cierta amistad con los vecinos rumanos.

"La hija es guapísima, rubia, llamativa", afirmó otro residente que no daba crédito a lo que había pasado. De hecho, los vecinos de Vadorrey asistieron extrañados a la llegada de varias cadenas de televisión y de numerosos periodistas de radio y prensa escrita, pues su barrio nunca había sido escenario de un hecho tan truculento.

"¿Por qué no se habrá tirado el asesino por la ventana?", se preguntó Conchi, que vive en Fabla Aragonesa y ha visto cómo, en los últimos años, la calle ha ido acogiendo a un número cada vez mayor de extranjeros.

"Dicen que se vinieron aquí desde Peñaflor, en busca de independencia, porque en ese pueblo vivían con otras familias en una casa pequeña, y mira como ha terminado todo...", lamentó otra vecina.

Algunos curiosos centraron sus miradas en la galería del octavo piso, donde muchos creían ver el cadáver del joven que había matado a las dos mujeres y que se había ahorcado del techo.

Por lo demás, la confusión reinaba entre la mayoría de los mirones. Nadie sabía que relación existía entre el presunto criminal y las mujeres, cuya edad desconocían, lo que daba lugar a numerosas conjeturas.

El morbo todavía se vio más estimulado por el hecho de que la Policía vigiló estrechamente el portal del número 5 y dejaba entrar y salir a los vecinos con cuentagotas. En total, desde los primeros gritos de desesperación hasta la retirada de los cuerpos pasaron cinco largas horas que Vadorrey tardará en olvidar.