Durante años, el expresidente del PAR José Ángel Biel definía su partido como «la clavija del abanico», que desde una posición centrada y central era fundamental para girar a izquierda y derecha, convirtiendo a su partido en el referente al que todos miraban. Años después de este símil, el débil grupo parlamentario que sustenta al Gobierno, con tan solo 18 escaños, ha propiciado que a un año de acabar la legislatura el PSOE se vea forzado a buscar pactos por doquier. Aunque estos puedan llevar implícito un elevado riesgo.

Solo así se entiende que en menos de dos meses los socialistas hayan sido capaces de cerrar un acuerdo en uno de los asuntos con los que la oposición hizo más batalla desde septiembre del año pasado, el impuesto de Sucesiones. Y más al comprobar que había un notable clamor popular en contra de este impuesto que congregó en las calles de Zaragoza a varios miles de personas. Algo que preocupó al PSOE y que puso en alerta a PP y Ciudadanos, al comprobar que este asunto podía ser un caballo de batalla que podría darle votos al tiempo que mermaría apoyos a los socialistas, que por aquel entonces defendían todavía una propuesta fiscal basada en la progresividad y que no tenía en cuenta una reforma de este impuesto tan escorada.

El PP acusaba al PSOE de ser rehén de Podemos para no poder negociar este impuesto, que en efecto generaba un importante agravio comparativo con el resto de comunidades. Efectivamente, en cierto modo así era, y el PSOE había sustentado con pinzas sus apoyos parlamentarios con un Podemos que en este punto se mostró inflexible. Desde octubre del 2017 hasta ahora no ha habido sesión plenaria en la que no haya habido gresca con este tributo de protagonista.

La política ha adquirido en los últimos dos años una velocidad vertiginosa, y las proyecciones y previsiones de politólogos y analistas no pueden ir más allá de varias semanas. En menos de un mes el PSOE fue capaz de pactar con Ciudadanos contra todo pronóstico y para sorpresa de la izquierda. Fue a raíz de ese pacto, que desconcertó al PP, tirando por tierra parte de su estrategia de oposición, cuando Javier Lambán tendió la mano a Luis María Beamonte para tratar de llegar a acuerdos. Ambos han supervisado el pacto en el que han trabajado Antonio Suárez y Javier Sada, y en el que también ha participado Fernando Gimeno. Y en varias semanas han llegado a un acuerdo en el que la clavija esta vez ha girado hacia la derecha. En realidad, la clavija socialista ha tenido muchas dificultades en sus pactos con la izquierda, ampliamente publicitados y largos hasta llegar a buen puerto, frente a los que ha alcanzado con la derecha: de espaldas a la prensa y con efectividad. En realidad, como suelen hacerse las negociaciones que fructifican.

La situación del PSOE aragonés es particular. Mientras en España los socialistas miran cada vez más a la izquierda, los socialistas aragoneses pretenden ser posibilistas y ante un panorama electoral incierto y muy reñido, se abren posiblidades a izquierda y derecha. Es decir, el partido que lidera el Gobierno a su vez es el único capaz de alcanzar pactos con uno u otro espectro político. Ocupa el centro.

Esto tiene sus ventajas pero también puede poner en más de un inconveniente al Gobierno aragonés. Se verá tras el verano, cuando se vuelva a escenificar con la izquierda, la negociación de unos presupuestos que con estos golpes de abanico están más en el aire que nunca. Podemos se volverá a arrogar la izquierda genuina mientras CHA, socia y con cargos, tratará de distanciarse del PSOE a marchas forzadas.