Es verano. Y es imposible ver a La Gioconda, su sonrisa queda congelada tras la cantidad de gente que se amontona frente a ella. Más fácil es ver la Creación de Adán en la Capilla Sixtina, no porque haya menos público, sino porque aunque uno esté como sardina en lata, para ver la obra maestra de Miguel Ángel hay que mirar al techo, y ahí no llega la multitud. Dos ejemplos, dos museos, dos obras sobresaturadas de público. Pero podrían ser otras. Ahí están el altar de Pérgamo, el busto de Nefertiti y los mármoles del Partenón, por citar algunas. Así que quizá uno deba dar la razón a Norman Foster, reconocido arquitecto y preciado coleccionista, cuando afirma que el arte se ha convertido en una «nueva religión» y los museos, en sus «catedrales». Foster vertía dichas afirmaciones durante un curso de verano en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y las sustentaba en la «explosión de visitantes» que viven las pinacotecas.

Noventa y dos millones fueron las personas que en el 2017 pasaron por las salas de los 20 museos que copan el ránking de los que más público suman. El 13,5% más que en el 2013, que fueron 81 millones. Un buen aumento en poco tiempo. Algunos de ellos, como el Louvre, está año tras año en la parte más noble del podio, con más de ocho millones de personas entrando por sus puertas en el 2017, según el informe que anualmente presenta The Art Newspaper. Además del Louvre (8,1 millones), en el top ten figuran el Nacional de China (8 millones), el Met de Nueva York (7,5 millones), los Museos Vaticanos (6,4 millones) y, con cinco millones, el Museo Británico, la Tate Modern, la National Gallery de Washington y la de Londres. El penúltimo puesto lo ocupa el Museo Palacio Nacional de Taipéi (4,4 millones) y cierra el listado el Hermitage de San Petersburgo, con 4,2 millones de visitas.

Sorprende que no aparezcan en el podio instituciones como el Moma de Nueva York, el mayor museo del mundo de arte moderno, o el Rijksmuseum de Ámsterdam, con autores que son imanes para el público, como Rembrandt y Vermeer. Tampoco figura ningún museo español, pese a que el país es uno de los grandes destinos turísticos del planeta y cuenta con una de las mejores, sino la mejor, pinacoteca del mundo, el Museo del Prado, y con el lienzo más icónico del siglo XX: el Guernica de Picasso, que se puede ver en el Reina Sofía. Este último centro aparece en undécimo lugar en la clasificación, mientras que hay que ir hasta la 18ª posición para encontrar el Prado.

Así que la pregunta es obligada: ¿Por qué unos museos tienen más éxito que otros? «La madre de todas las preguntas de la museología; si lo supiéramos, tendrían muchas más visitas», sostiene Manel Miró, historiador del arte y consultor en patrimonio. Y es que la pregunta no tiene una sola respuesta: «No se puede generalizar, cada museo tiene su casuística». Antes de desgranar las posibles causas que llevan al Olimpo, Miró insiste en dejar claro que «los rankings de visitas son muy perjudiciales para los museos. Al final ¿qué significado tienen? ¿Que eres el mejor haciendo márketing? ¿Qué tienes un buen presupuesto? Lo importante sería saber la calidad de esas visitas».

CARIDAD O VOLUNTARIADO

De la misma opinión es Santos M. Mateos, doctor en Historia del Arte y profesor de Comunicación y Patrimonio en la Universidad de Vic: «Estas listas son metodológicamente dudosas: ¿Cómo es que el Reina Sofía recibe más visitas que el Prado? Porque incluye los visitantes de los centros que gestiona en el Retiro, que son gratuitos. ¿Comparar el públio del British Museum, de entrada libre, con el Met que cuesta 25 dólares (22 euros) es razonable?»

Otras causas a tener en cuenta son desde el número de habitantes de la ciudad donde se ubica el centro (ahí los chinos juegan con ventaja) hasta las cifras de turismo, pasando por si son de acceso gratuito (aquí Londres gana la partida) o de entrada de pago. «Que estén en ciudades turísticas es clave: el Nacional de Escultura, en un edificio histórico, con buena museografía y una colección magnífica, tendría más visitas si estuviera en una ciudad más turística que Valladolid», apunta Mateos. El año pasado solo alcanzó los 155.875 espectadores.

Los hábitos culturales son otra variable de la ecuación: «Aquí no hay una educación de buena relación con los museos», sostiene Miró. «En el Mediterráneo hacemos caridad mientras que en el mundo anglosajón hacen voluntariado. Ellos se lo creen. Hay centros que funcionan porque los llevan voluntarios, como las pequeñas casas-museo que existen en toda Inglaterra. Nadie cobra y lo que recaudan lo dedican a mantener la casa-museo abierta y visitable. ¿Aquí dónde se hace algo así?»

Mentar la cultura del mecenazgo y del patrocinio anglosajón es otra causa recurrente para hablar de éxito. El presupuesto es muy importante: a mayor presupuesto más posibilidades de obtener buenos préstamos y muestras atractivas. «La clave para aumentar el número de visitantes son las exposiciones temporales programadas, la actividad estrella del museo», apostilla Mateos.

La prueba de la importancia de las muestras a la hora de acumular espectadores la refleja otra auditoría de The Art Newspaper: la de las exposiciones con más éxito. Entre las 20 más vistas en el 2017 hay cuatro del Guggenheim de Bilbao, tres de ellas en el top ten. Lo que ayudó a que el museo vizcaíno tuviera en el 2017 la segunda mejor entrada desde su apertura, con 1.322.611 visitantes, suma que lo coloca en el número 50 del ránking. Bilbao es el paradigma de la importancia de la programación.

Con todo, es difícil saber qué atrae a los visitantes, pero tener obras o artistas icónicos, turismo y grandes exposiciones ayuda sobremanera a convertir algunos museos en «catedrales» y otros en pequeñas iglesias de la «nueva religión» que pregona Foster.