Agustín Burguete abre la puerta de su casa con timidez. Es el cuñado de Félix Sastrón, el agricultor de 57 años que desapareció el pasado martes en Tauste tras ser arrastrado por la corriente desbordada del río Arba. "Nuestra situación es terrible. La madre está fatal, porque ambos vivían juntos y se necesitaban mutuamente. Tiene 90 años, pero incluso quiere ir a buscarlo", explica con la mirada perdida.

Burguete confiesa que la esperanza de encontrar con vida a su cuñado ya es "casi nula": "Al menos desearíamos recuperar el cuerpo para darle un entierro digno".

Cuenta que la madre del desaparecido pasó la noche de las fuertes trombas en un piso que posee la familia en la calle Sagunto y que Sastrón se dirigió por la mañana al ayuntamiento para pedir ayuda para ella, porque creía que estaba en otra casa que tienen junto al río, entre los cultivos que sufrieron las avenidas con más dureza. Y tras volver a la zona de las huertas, llegó la tragedia: "He llevado a mi mujer a Zaragoza, porque se encontraba muy mal. Y he pasado toda la mañana con los equipos de rescate, pero me quedaré con mi suegra hasta que sepamos algo. Ahora, sólo espero que Félix esté por donde se lo llevó la corriente".

Esa es la principal opción que barajan los efectivos desplazados a Tauste. Por la mañana, miembros de los Grupos de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil (GEAS) y del Cuerpo de Bomberos rastreaban en vano los campos inundados con zodiacs . Un arduo trabajo porque los motores "se enganchan con la maleza". "No hay visibilidad, hay mucha agua y poca gente", apuntaba extenuado un buceador. A la una de la tarde finalizaban la búsqueda, pero los GEAS reanudaron a pie su actividad dos horas después, cuando el agua había descendido 40 centímetros. Hoy volverán a intentarlo.

Otro de los lugares que aún permanecía anegado en Tauste al mediodía era la ermita de la Virgen del Pilar, en cuyo interior estaban las imágenes de la Virgen y de algunos santos. Allí se congregaban varios vecinos, que veían cómo la carretera hacia Sancho Abarca seguía padeciendo la fuerza de la corriente. "Ya lo dice el refrán: en septiembre, o se secan las fuentes o se llevan los puentes", ironizaba uno de ellos.

Mientras varias personas continúan limpiando los garajes de la avenida General Ortega, una de las más perjudicadas por las lluvias en los últimos años, un taustano aún recuerda lo ocurrido el martes de madrugada. "Al lado de mi casa bajaba un enorme caudal por el barranco. Todos salimos a la calle a ayudarnos mientras caían chispas de rayos", relata Pedro, quien muestra las grietas producidas por la riada en el exterior de su casa. "Solemos decir que tenemos un apartamento con vistas al mar", añade Gorka en relación a las huertas arrasadas por el río Arba.

Más curiosa es la iniciativa que han adoptado los habitantes de la calle San Francisco, ubicada junto a otro barranco. El marido de Margarita llevó ayer un camión lleno de ladrillos a sus vecinos para construir pequeños muros en las entradas de sus casas. "Tengo los electrodomésticos estropeados y las puertas no cierran después de que las cambiara el año pasado tras las riadas", denuncia Margarita. Pocos saben que a las doce de la noche de ayer el agua volvió a subir. Esa fue la manera de evitar una nueva alarma social.

El miedo y la desolación de los agricultores era más palpable en Luceni y Boquiñeni. Mientras una excavadora terminaba de cerrar la rotura del canal Imperial de Aragón, decenas de vecinos veían cómo el inmenso mar creado tras el incidente, de más de dos metros de altura, arrasaba con los cultivos, mataba a más de 1.000 cerdos de una granja y descendía sin remedio hacia Boquiñeni, aunque no se temía por la seguridad del municipio. "Nadie nos avisó del peligro y se tardó muchas horas en reparar la rotura", se queja Francisco. A su lado, Antonio mira desolado sus invernaderos, que están completamente anegados. Todos los agricultores muestran su indignación por la falta de efectivos de Protección Civil junto a la carretera que une el municipio con Gallur, que también se está llenando de agua. "Esto es un desastre. Mi yerno ha perdido 50.000 plantas de tomate y los créditos blandos no son una solución", se lamenta emocionado Francisco Cocián.