Zaragoza quiso que la Expo del 2008 fuera la excusa perfecta para convertir el eje del río Ebro, sus dos orillas, en algo más que un paseo verde, transitable y próximo al cauce. Acabar con la barrera física que durante siglos había supuesto vivir de espaldas a él se convirtió en una oportunidad de llevar el arte a la ribera del río más caudaloso e irregular de España. Y no se lo pensó cuando consiguió que ni siquiera le costara un euro a la ciudad. Se dedicaron hasta 9,2 millones de euros en 20 intervenciones artísticas de autores llegados de muchos rincones del mundo. Una colección única -sobredimensionada segñun los expertos para el tamaño de una urbe mediana-, que hoy, 9 años después, sobrevive a múltiples vicisitudes que les han hecho envejecer de forma desigual.

Estaban preparadas para lucir, hasta para sobreponerse a un río que puede llegar a ser agresivo con estas piezas, pero no para el vandalismo que algunas han sufrido, al abandono de la administración que las debía mimar y a sus imprevistas deficiencias técnicas. Son, en la actualidad, testimonio directo de su propia historia, cada cual con la suya propia y no siempre con final feliz. De hecho, ni siquiera están todas.

La carreta del agua (The Water Wagon), la escultura en bronce de Atelier Van Lieshout que se reubicó bajo el puente de La Almozara tras la Expo, sigue en talleres después de que en noviembre del 2016 alguien serrara y se llevara parte de ella. Y no parece que vaya a regresar pronto. Su reparación se calcula en unos 120.000 euros y para el ayuntamiento hoy no es una prioridad en un presupuesto ajustado y con otras muchas necesidades.

Tampoco parece haberlo sido en nueve años su promoción. Es una colección poco conocida por el público zaragozano. Tampoco al turista se le ofrece recorridos, visitas guiadas o rutas que poder realizar en su aterrizaje en la capital del Ebro. Para la Expo se hicieron 40.000 folletos donde se explicaban su ubicación, su significado, su autor... Hoy también podemos saber que la escultura de Atelier Van Lieshout que no se está reparando costó 301.000 euros, otras costaron hasta seis veces más, como el Banco Ecogeográfico que está en el frente fluvial del recinto de Ranillas y su estado no es, ni mucho menos, mejor. El óxido y las piezas ya rotas o deterioradas están minando la obra de Isidro Ferrer, Enric Battle y Joan Roig por la que se llegó a pagar 1,74 millones de euros.

MÁS DE UN MILLÓN

Esta fue la más cara, seguida por la Noria siria traída pieza a pieza desde la ciudad de Hama y montada por 17 artesanos de allí, sin un solo plano, in situ en el Parque del Agua con madera de roble, castaño, morera y chopo. Era una gran rueda de 16,5 metros de diámetro por la que se acabó pagando 1.591.000 euros, que junto a la plataforma mirador de Nicolas Camoisson y Marion Coudert (valorada en 297.000 euros) casi sumaban 1,9 millones. Ahora es de las intervenciones que mejor resisten al paso del tiempo, pero porque a finales del 2010 acabó siendo desmontada para sustituir la madera por acero corten.

Otra de las que mejor han envejecido es El Alma del Ebro, de Jaume Plensa. Ubicada junto al Palacio de Congresos es la imagen más reconocida de aquella colección y costó 1,26 millones adquirirla para Zaragoza. Hoy apenas requiere cuidados para que siga luciendo esa figura humana formada por un conjunto de letras de acero que llega a los once metros de alto.

No pueden decir lo mismo las Pantallas Espectrales de Fernando Sinaga, que hoy permanecen vandalizadas, rotas y con sus piezas sin reponer. ¿Para qué?, deben pensar sus responsables, solo costó 284.000 euros conseguirla para la ribera de La Almozara.

Muchos desconocen quién se ocupa de ellas desde el 2008. La sociedad estatal Expoagua las consiguió para la capital aragonesa y en el 2009 se formalizó su cesión al ayuntamiento. Este asumió esa labor y se la encomendó a la entonces reciente sociedad Zgz@Desarrollo Expo. Hoy, esta ahora está en fase de liquidación por parte del propio consistorio.

La mayor muestra de arte urbano de la ciudad ni siquiera tiene un servicio específico que la mime. O que tan solo la limpie. Algo que ya viene sucediendo con la Válvula con Alberca, de Miquel Navarro, que costó conseguirla 696.000 euros para que luzca hoy junto a La Chimenea, sucia, poco cuidada y, en muchas ocasiones, casi sin el agua que le daba todo el sentido. Al menos se ha demostrado de las más consistentes de las intervenciones artísticas del Ebro. La suciedad es un elemento común a muchas de estas piezas artísticas. Manantial, de Federico Guzmán, presenta una apariencia similar junto a la orilla de La Jota y Vadorrey pese a que costó 456.000 euros. Las más de 600 ranas con las que el aragonés Miguel Ángel Arrudi llegó a vestir el muro y la ribera del Actur con Ranillas -388.000 euros-, han resistido a los robos y al vandalismo (pintadas), también es frecuente que porten barro. En parte por el efecto del Ebro.

El vandalismo también se cebó con Manierismo Rococó, la obra de Dan Graham por la que se pagaron 373.000 euros, y que acabó en el edificio Seminario para alejarle de los frecuentes daños. Otras, como Intercambio, la primera muestra de videoarte en Zaragoza, que llevaba la firma de Eulalia Valldosera y se ubicó en el edificio de frío-calor del parque del Agua, se enciende en momentos puntuales y nadie sabe a qué horas va a poder disfrutar de ella, con qué criterio o cuándo será la próxima ocasión. Así es difícil atraer al turista. Su valor en el 2008 fue de 51.000 euros, el más bajo de las 20 intervenciones, pero los expertos la reconocen como obra pionera hace 9 años.

Otras, como La Oreja Parlante de Eva Lootz (233.000 euros), incluía sonidos de río y mensajes que se tuvieron que suprimir por las quejas vecinales en Las Fuentes. Hoy está inservible. Tampoco se reparó Sonic Forest, de Christopher Janney, que costó 344.000 euros. Zaragoza ha querido que sobrevivan por amor al arte.