No es de andar por casa, sino exclusivo (no inclusivo) el lenguaje electoral, por cuanto tiende a reforzar los mensajes identitarios en exclusiva armonía con quienes los comparten, a la vez que lo es de frontera, en cuanto se esfuerza por levantar muros sentimentales para aislar a quienes sostienen ideas diferentes.

Así mismo la comunicación en estos casos, lejos de resultar amable y conciliadora, se esfuerza en estigmatizar al oponente, en una doble línea de acción: por un lado, a través de la difusión de palabras-fuerza negativas para que calen en la opinión pública, de manera que por sí mismas estructuren una idea desfavorable del oponente; y en segundo lugar, por el constante lanzamiento de mensajes positivos de auto reafirmación moral, que si bien escapan, en la mayoría de casos, de los problemas reales, entran de lleno en la esfera de los etéreos valores universalmente aceptados como buenos.

Y en este terreno de la comunicación ocurre a menudo que los mensajes, lejos de ser fieles intérpretes de las demandas sociales -fáciles de pulsar a través de las encuestas- tienen como fin principal, no el de ajustar los programas a dichas demandas, sino al contrario: conseguir que la sociedad los acepte.

Emociones y sentimientos

De este modo, los directores de campaña de todos los partidos políticos muestran siempre gran interés por que el debate se centre no en la realidad, sino en la imagen interesada que de ella tratan de proyectar, lo que consiguen apelando no a la razón sino a las emociones y a los sentimientos.

Por lo demás, los candidatos en las actuales elecciones autonómicas y municipales asumen el papel de auténticos profesores y esforzados maestros en instruir y difundir la pedagogía política de sus formaciones, hablando excatedra y tratando de convertir en clases magistrales cada acto electoral. Por lo tanto, las palabras que pronuncian en los mítines, no son fruto de la improvisación ni del azar, sino de una cuidada (y no pocas veces poco edificante) colección de frases, destinadas a perdurar en la memoria de quienes las escuchan. Porque son conscientes de que -como señala la lingüista catalana María Ángels Viladot- «las palabras son la creación de un universo de significados que identifica la personalidad, moldea las interacciones de las personas, y construye una realidad particular».

Ideales

Mas a la postre, es preciso que la comunicación (término que en sus orígenes significa «compartir») sea efectiva y real en los gobiernos, y que tanto las palabras como las actuaciones de los gobernantes respondan a los ideales de universalidad, unidad e integración de la ciudadanía a cuyo conjunto general de la nación representan (incluidos los gobiernos autonómicos) ya que se sustentan en la soberanía y expresión democrática de la voluntad general de los españoles, que emana de la Constitución de 1978.