"El público que quiera virguerías que se vaya al circo". Con esta declaración de principios aterrizó Paco Flores en el Real Zaragoza. Una frase pronunciada en su propia presentación, el 7 de junio de 2002, y con la que el técnico ya construía conscientemente un espacio hermético en el que quería vivir y que le llevó a cimentarse un enfrentamiento abierto con diferentes instancias del club. Su filosofía como entrenador y persona, la defensa de sus principios por encima de cualquier cosa, nunca congenió con la dirección técnica del Zaragoza y con el tiempo fracturó su relación con el consejo y parte de la plantilla y la afición. La autoridad protectora de Soláns era hasta ayer el único aval del entrenador en La Romareda.

Miguel Pardeza y Paco Flores llegaron al Zaragoza casi al mismo tiempo, pero nunca fueron cogidos del brazo. Pardeza tomó la jefatura deportiva en un giro en la estructura del club tras el descenso. Pero cuando llegó a su cargo, Soláns ya había decidido que Flores se sentara en el banquillo. De su confrontación en la idea básica del fútbol brotó una relación antagónica. El catalán obvió desde el primer momento el diálogo y se encerró en sus propias convicciones. Su discurso directo no ayudaba a crear puentes de unión. "Preveo un año difícil y no precisamente en lo deportivo", adelantó Flores en plena pretemporada.

La polémica con Galca

El debut en Segunda fue titubeante, el equipo no terminaba de encontrar los resultados que se esperaban y el juego no ilusionaba a la grada. Las críticas no tardaron en emerger, pero Flores prefería morir con sus principios que ceder. "Me contrataron para subir a Primera no para darle de tacón. Si alguien me explica qué es jugar bien intentaré entenderlo", declaró Flores. Sin lucidez pero con gran rentabilidad, el Zaragoza tomó el liderato. El técnico incrementó su credibilidad y recibió un espaldarazo al lograr la contratación de Galca en diciembre, ante la negativa de la dirección técnica. Tras otro bache, la grada pidió su cese ante el Tenerife (1-3). Con la soga al cuello, Flores realizó una apuesta en el Tartiere que valdría a la postre el billete a Primera. La inclusión en la titularidad de Cani y Espadas impulsó al Zaragoza a la élite y arrinconó a Yordi y Juanele, con lo que se fracturaba la unidad del vestuario.

Su soledad se acrecentó tras el ascenso. Las peticiones de Flores (Tamudo, Galca y dos laterales) no fueron escuchadas y la dirección técnica planificó la plantilla sin tener en cuenta la opinión del barcelonés. El enfrentamiento se agravó cuando el club decidió inscribir en la Liga a Juanele, con el que el técnico había protagonizado unos incidentes al final de la anterior campaña. El mal estado de los terrenos de entrenamiento con los que se encontró el equipo a su llegada del stage de Holanda terminaron de alimentar su enfado. Flores no se cayó, aunque se ganara más enemistades. "No creo que aguante mucho aquí", manifestó el 8 de septiembre. Soláns le llamó al orden, buscó un acercamiento con Pardeza y Herrera, pero la destitución del catalán estaba ya en el aire.

Ultimátum en Pamplona

La derrota ante el Albacete (0-1) propició otro ultimátum. Flores sólo estaba apoyado ya por Soláns, el consejo pedía su cabeza y parte de la plantilla le recriminaba ciertas decisiones tácticas. Estaba cada vez más solo, pero las victorias en Salamanca y Pamplona le mantenían vivo por orden del presidente. No fue por mucho tiempo.