«A ver, las niñas del instituto que se dedican a colgar vídeos bailando twerking o poniendo verdes a otras son las mismas que salen de fiesta por la noche hasta las tantas o que se saltan clases para fumar porros. Lo que hacen en internet no es tan distinto de lo que hacen en la vida real... y si sus padres no se enteran es porque quizás nunca se han preocupado demasiado». La reflexión, formulada por una estudiante de 15 años, viene como anillo al dedo para ilustrar la primera de las conclusiones de los especialistas que investigan sobre la relación que mantienen los jóvenes con las redes sociales. Ellas, las adolescentes rebeldes, saben lo que están haciendo: saltarse los límites. A sus padres no les vale la excusa de que no dominan la tecnología y el mundo digital.

«Las redes sociales no son malas, pero hay que saber que conllevan unos riesgos. Son una fuente de discusión importante entre padres e hijos», explica Pedro Ruiz, jefe de Psiquiatría infantil en el hospital Clínico de Zaragoza. «Antes un motivo de conflicto eran los tatuajes, los piercing o la hora de llegada, mientras que ahora el enfrentamiento llega por el uso del móvil», añade.

¿Hasta dónde llega la responsabilidad de los padres? ¿Cuál es su margen de maniobra para impedir que los hijos caigan en las redes del ciberbullying o de retos como la cruel ballena azul, que lleva a los participantes a autolesionarse? «Los móviles son de los padres, que son quienes pagan las tarifas y hasta que el menor no tenga 18 años debe asumir que hay una autoridad y control parental por encima de ellos», prosigue Ruiz.

Uno de los peligros son las adicciones. Y aunque las jóvenes generaciones conocen bien los peligros de la red (llevan años recibiendo charlas en la escuela), a los padres no les resulta fácil hacer esa supervisión. «Se da una exposición en exceso; se percibe enganche, por ejemplo, a apuestas deportivas o al uso de videojuegos», señala el psiquiatra del centro zaragozano.