Se jugó dos euros y ganó cien. Aquello fue su primer «subidón». Antonio (nombre ficticio) solo tenía 16 años, pero aquella apuesta deportiva significó el inicio de su debacle. «Entraba a los salones de juego y nunca me pedían el DNI. Entonces, me gastaba mis pagas. Si me daban 20 euros, pues entre 5 y 10 siempre los invertía en algún partido de fútbol», explica.

Ahora tiene 21 años, es consciente de su problema y acude, desde hace menos de un mes, a las terapias de Azajer. «Cuando empecé a trabajar viví una segunda etapa de ludopatía que me arrastró hasta una deuda de 7.000 euros. La situación fue tal que llegó a casa una carta donde me reclamaban un pago y, ese día, fue cuando se lo dije a mis padres y busqué ayuda. Me veía, con 21 años, embargado y no quería que fuera para toda la vida», cuenta.

Sus amigos y su entorno no saben del problema. De ahí que prefiera mantener el anonimato. «Sientes vergüenza de contarlo, de defraudar a la gente. Yo tengo miedo de mi mismo, así que no sé cuánto tiempo voy a requerir apoyo», indica. Se le percibe maduro, sensato en sus razonamientos, y eso es precisamente un denominador común en el perfil de este tipo de ludópatas. «Esto engancha a cualquiera. Nunca crees que te va a pasar, porque tienes una vida ordenada, estable, con tu trabajo y amigos, pero te pasa. Cualquier victoria, aunque sea un fracaso en el cómputo de muchas apuestas, te incita a ir a más», dice este zaragozano .

Cinco tarjetas de crédito

Una vez que Antonio, ya mayor de edad, empezó a trabajar reconoce que inició su andadura por el camino de la perdición. «Aposté 5 euros a cuatro partidos. Los acerté y gané, todavía lo recuerdo, 238 euros. A partir de ese día, todo se superó. No ganaba, pero tampoco tenía pérdidas y, entonces, esa estabilidad me llevó a jugar todos los días en internet», señala.

Pero la suerte giró su chaqueta. «Empecé a perder 300 y 400 euros. Era el día 6 de cada mes, había cobrado, y apenas me quedaban 20 euros en la cuenta. Como esa cantidad no me servía para nada hubo un día que me la jugué. Todo o nada», recuerda.

No duda al citar a qué partidos apostó aquellos 20 euros. «Dos resultados: Real Madrid 5 - Granada 0 y Eibar 0 - Atlético de Madrid 2. Acerté y gané 1.200 euros», señala. Intentó, cuenta, sacar dicho dinero de forma inmediata, pero la casa de apuestas no le dejó. «Tenía que esperar un plazo y me dijeron que me lo comunicaron, pero no llegó ningún aviso. Al final, la tentación de ver ahí 1.200 euros me llevó a gastarlos. Total, que conforme los aposté llegué a perder en dos días 5.000 euros. Eso me desesperó», explica.

Su cabeza intentó idear un plan para tener solvencia económica y no tener que contar el problema ni su deuda en casa. «Empecé a pedir tarjetas de crédito a los bancos. Con un sueldo de 1.000 euros sí que me las facilitaban y llegué a tener hasta 5 documentos más un crédito de Cofidis. Al tiempo alcancé mi mayor deuda, que fue de 7.000 euros», expone.

El joven estaba «convencido» de que podría recuperar el dinero. «Ese es el mayor error, creer que vas a volver a tener un saldo positivo. Al final, te cambia la actitud, la personalidad, pasas de estar activo y eufórico porque ganas a depresivo solo pierdes apuestas y dinero. También en el trabajo se pierde actitud y el entorno lo nota», asegura.

Deportes desconocidos

Fueron sus padres, a raíz de la carta de deuda que recibió en casa, quienes «se plantaron» para atajar el problema. «Cuando les conté lo que me pasaba, en todo momento me ayudaron. Soy totalmente consciente de que he estado a punto de arruinarme la vida», asegura.

Antonio explica que, hoy en día, cualquier joven apuesta «todos los días del año» porque siempre «hay competiciones» donde hacerlo. «Es un problema y la gente no se da cuenta. Yo pasé del fútbol al póquer online, al bingo, al criquet o al voleibol. Por probar, juegas a todo. Cuando uno es ludópata no selecciona, solo piensa en apostar», dice. «Recuerdo que un día llegué de fiesta a las 7.30 de la mañana. Antes de acostarme, encendí la aplicación en el móvil y ví que se estaba jugando la liga de baloncesto china. Y aposté. Es pura dependencia. Da igual la hora y el sitio, siempre hay opción de hacerlo», señala.

El joven reconoce que, cuando iba al instituto, «en ningún momento» recibió charlas sobre este tipo de adicción. «Ya se empezaba a ver mucha publicidad, pero con 16 años no era consciente. Ahora sí que me doy cuenta de que nos bombardean en cualquier página web, en patrocinios de equipos de fútbol o a través de famosos», indica.

«No entiendo por qué Ronaldo, Neymar o Piqué se exponen a esto. Si fueran conscientes del daño que hacen quizás reflexionarían un poco. Ellos lanzan mensajes de ganar, son triunfadores, pero no se gana. Aunque parezca lógico a veces o fácil, es todo lo contrario», dice.

Con la esperanza de poner fin a su calvario, Antonio se muestra «convencido» de dejar la senda de la ludopatía. «En Azajer estoy muy contento, encuentro a gente que me ayuda y que me comprende, pero no me pongo fecha. Las apuestas son un caramelo y las recaídas también son una realidad. Pero tengo claro que quiero salir».