Hay una conexión marítima entre Artur Mas y Raül Romeva. Mas ha utilizado, constantemente, el storytelling de la navegación hacia Ítaca y la metáfora de mares embravecidos, timones firmes y capitanes experimentados para explicarnos la ruta y las dificultades de su proyecto político. En su despacho cuelga el timón de su bisabuelo, el capitán Artur Mas Reig, que él mismo llevó en el 2011 escenificando una toma de posesión simbólica del nuevo rumbo.

Romeva es, en cambio, un nadador. Un nadador en aguas abiertas. Ese cuerpo atlético, seductor y cincelado, no es de gimnasio, es de braceos en aguas difíciles. Esta práctica deportiva es altamente exigente, y no exenta de algún riesgo, y obliga a una gran preparación física y mental. Y una pasión por el mar, más que por la natación.

No es extraño que su primera y reciente incursión literaria haya sido una novela, Sayonara Sushi, un relato retador y revelador que denuncia la sobreexplotación de nuestros mares y propone una revolución cívica para romper la pasividad de la política, y proteger la sostenibilidad y el equilibrio de los océanos: "Los peces no pueden votar, pero los consumidores sí". Le gusta escribir y leer. A veces se recrea, a pesar de su rigor universitario: es autor de varios ensayos y es licenciado en Ciencias Económicas y Doctor en Relaciones Internacionales.

Romeva ha sido la novedad de la campaña, con permiso de las caderas de Miquel Iceta, a pesar de que los siete candidatos eran noveles como cabezas de cartel. ¿Es Romeva la guinda del pastel de Junts pel Sí o se trata de un político representativo de un sector de la sociedad catalana? ¿Romeva simboliza la emergencia de un nuevo sujeto político, que desborda las paredes tradicionales de los partidos (ERC y CDC) que luchan por la soberanía? Es pronto para decirlo, pero sí representa un tipo de elector más transversal y ecléctico.

La revelación del efecto Romeva no es la creación de un producto impostado de márketing electoral, aunque a veces tenga este aire impoluto de Míster Proper (después Don Limpio). Romeva ha parecido nuevo, pero tiene una larga trayectoria de compromiso con refugiados y activista de la cultura de la paz, por el desarme y control de armas.

Romeva ha prestado su rostro y su trayectoria a una operación cívica, pero de camuflaje electoral y político. En julio de este año, lo que parecía un paseo para el soberanismo se vio amenazado por el éxito de lo que representaba la victoria de Ada Colau. Unas encuestas que pronosticaban un empate, provocaron la aceleración del parto de Junt Pel Sí. Se necesitaba una persona dique. Romeva, oportuno y disponible, fue el elegido por Junqueras con el acuerdo o la complicidad previa de Mas. Algún día se sabrá.

Carácter instrumental

Pero probablemente no todo el mundo debe estar contento con su actuación, a pesar de su tirón electoral: negó el compromiso de hacer president a Mas; luego se ha puesto de perfil en los debates cuando debía defenderlo; y finalmente ha afirmado rotundamente el carácter instrumental de Junts Pel Sí, al reconocer que Mas será presidente. Si la CUP no lo impide y las latentes conspiraciones internas no se consuman.

Más allá de reconocer la habilidad táctica de Mas y de las consideraciones sobre las motivaciones de Romeva (y de otros catalanistas de izquierdas) que hoy nutren y lideran las listas de Junts Pel Sí, hay que sopesar también si su actitud responde a una demanda no satisfecha por sus fuerzas políticas de origen y si son representativos de un sector huérfano o decepcionado. Romeva, que ha sido eurodiputado durante dos legislaturas por ICV, es un amante del mundo casteller.

La última vez que le vi fue en julio, en un emotivo acto organizado por la Fundación Distrito 11: Las voces de Srebrenica, una lectura de todos los nombres de las personas asesinadas, en 1995, de manera infame y cobarde. Raül cerró el acto con un discurso cuidado y trabajado. Tan solo dos centenares de personas le escuchaban. Y no pude evitar recordar como 20 años antes, en una plaza de Sant Jaume --desbordada e indignada-- que reaccionaba contra la indiferencia europea, Romeva hizo una brillante y emocionalmente intensa intervención. Era el telonero de José María Mendiluce. Dos décadas después, Romeva no quiere ser telonero, parece. Se le intuye una ambición y una domesticada vanidad, que se le escapa por la comisura de los labios. Es, quizá, su punto débil. En casi todo lo demás, es el yerno perfecto.