Por el costado de la intemperie, la estación de Zaragoza parece un punto de semillegada con las perchas por fuera. El tren se queda a un kilómetro de la meta, como en los viejos pueblos de Castilla la Vieja. Pero el interior de la estación tiene una luz blanca tamizada que llena la caja de un escenario a la italiana. De vez en cuando, susurros de aviso de algún regional express , aterciopelados, como si fuera a salir el Transiberiano. Allí ni se ven ni se escuchan los trenes.

En ese hall perfecto evolucionaban ayer los actores de la Escuela Municipal de teatro para recibir a los consagrados que iban a llegar en el AVE de las 16.15 desde Madrid; y media hora después en el de Barcelona-Sans para la gala de los Premios Max. Era una pequeña fiesta divertida, creada por Carlos Blancom con alumnos de tercero. A Hamlet se le abrió la maleta y rodaron por el suelo cinco calaveras. Otelo, a punto de asesinar a Desdémona, la deja porque le suena el móvil. Don Qujote se devanaba contra molinillos infantiles de viento. Cantaba Bernarda Alba una quejumbrosa aria de soprano, mientras otros compañeros recogían firmas. Reclaman títulos oficiales para su escuela.

En esto, se deslizó por la atmósfera la voz susurrante de Renfe: Se acercaba de verdad el tren invisible. Y todos los ojos se volvieron hacia la cristalera, a las escaleras mecánicas en las que emergerían los viajeros, como si vinieran del fondo del mar. Salió primero la comisaria europea Loyola de Palacio quien, invitada por Ibercaja para una conferencia, pasó directamente a la sala de VIPs con los delegados.

Apareció enseguida el pelotón de los pasajeros. La gente buscaba al barbado Fernán Gómez, tan inconfundible como Valle Inclán. Pero no venía en el convoy. A falta de ese anclaje, todos los llegados parecían actores, que si un foulard por aquí, que si una barba por allá...

Hace 50 años los españoles se vestían de estanqueros o habilitados del Estado para hacer un viaje en tren. A los actores los imaginábamos cargados de baúles. Ahora, quitando los extranjeros, claramente reconocibles por sus maletas amarillas, los hombres cogen el AVE disfrazados en plan Héctor Alterio, o de exploradores estilo Quadra Salcedo. Pero los actores verdaderos se caracterizan todos muy bien de viajeros de Renfe y no hay forma de reconocerlos.

Carlos Hipólito, con chaqueta marrón, dijo: "Muy lindo el viaje, muy bien atendidos". Está nominado como mejor protagonista con El barbero de Sevilla . Mercedes Sampietro, de viajera del Metro: "Me hace mucha ilusión. Estoy disfrutando de esto. Vengo con muchas ganas, pero no pienso en los premios" Está nominada como mejor actriz por Dissable, diumenge i dilluns , pero señalaba que "no es cuestión de tener el Max. Todos los premios tienen su importancia". Venían Miguel Angel Sola impresionado por "la estación que teneis aquí". Y Blanca Oteiza, Julio Bravo y Miguel Angel Alcántara..

Hubo una segunda representación: Electra, Nora, Madame de Sade, Romeo y Julieta... Llegó el AVE de Barcelona- Sans, susurrante. Nacho Cano dijo no recordar de qué estaba nominado. Y Mario Gas recordó los principios del actor, "con esos nervios que ya no le abandonan nunca".