Los últimos informes del Observatorio de la Sostenibilidad alertan del progresivo aumento de la temperatura en Aragón a lo largo de este siglo, de hasta tres grados de máxima en el periodo entre el 2040 y el 2070, sobre todo en primavera y verano. Y de sus previsibles efectos sobre la flora y la fauna en la comunidad.

Sea cual sea el grado de certidumbre de estas previsiones, no serían más que la prolongación de una tendencia de calentamiento global que sí está constatada, y de la en Aragón existe uno de los mejores testigos: los glaciares del Pirineo.

Hace unos días, la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) daba a conocer el último informe anual sobre el glaciar de la Maladeta, que reflejaba cómo ha reducido su superficie a la mitad desde 1991 al 2013, de casi 50 hectáreas a 25,32.

El análisis es de los más detallados que se realizan sobre estas superficies, pero el caso no es ni mucho menos único. A nivel general, los glaciares pirenaicos han perdido un 88% de su superficie desde 1850, y la tendencia se ha acelerado desde los años 80 del siglo XX, con un 30% de reducción.

Así lo explica Ibai Rico, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE) que, junto a las universidades de Zaragoza, País Vasco y Extremadura, analizan la evolución de estas acumulaciones de hielo y nieve.

Según cuenta Rico, los glaciares Pirenaicos, que en la vertiente española se ubican todos en Aragón, cuentan con la particularidad de ser especialmente sensibles a las variaciones en periodos cortos, al ser los más meridionales de Europa. Es decir, son «un gran geoindicador», un termómetro sensible y preciso para analizar los cambios anuales.

Desde esta premisa, las transformaciones que vienen sufriendo son alarmantes, prácticamente sea cual sea el dato que se analice de los que manejan los investigadores.

Además de la citada evolución de la superficie, simplemente el número de glaciares ya da idea del cambio. Si en 1850 había 52 de ellos localizados en el Pirineo, en los años 80 del pasado siglo ya habían descendido a 39. En el 2008 ya andaban por los 26, y en la actualidad son 18. Son 8 perdidos en 9 años. Obviamente no desaparecen de la noche a la mañana, explica el investigador, pero cuando pierden el movimiento que les da la acumulación de nieve se convierten en heleros, simples acumulaciones, hasta que se derriten por completo.

Detrás de esta cada vez más rápida agonía de los glaciares están, lógicamente, las condiciones climáticas. Los aumentos de temperatura en la cordillera y la reducción de las nevadas, aunque sea variable, tienen gran parte de culpa del fenómeno. Si no toda.

Y en este sentido, explica Rico, las temperaturas han aumentado una media de 0,3 grados centígrador por década en los meses estivale. Y a la vez, las precipitaciones en invierno se han reducido desde mediados del siglo XX a un ritmo de un 10% por década.

La muerte definitiva de los glaciares no tiene fecha, pero algunos, como el de la Maladeta, el Aneto o Monte Perdido, «es fácil que en 25 años dejen de ser glaciares», indica Rico.

El efecto que esto tendrá es más difícil de prever. Hay estudios del propio IPE que analizan afecciones en el hábitat de las plantas, pero en el caso aragonés no se prevén afecciones al caudal de los ríos, ya que no los nutren significativamente.

En cualquier caso, el funeral de los glaciares supondrá «un cambio geológicamente significativo en el paisaje de alta montaña, que es un patrimonio cultural importante», señala Rico, que también es guía de montaña en la cordillera.