Son de Zaragoza, pero viven en un piso madrileño que tiene vistas a la masacre. Iñigo y Bea, con domicilio en el número 30 de la calle Téllez, a 20 metros de la tragedia, pueden ver la misma imagen en la televisión y en la ventana: un tren reventado en el que han muerto decenas de personas. Ellos salieron de casa antes de la explosión, pero cuando Bea llegó al trabajo y se enteró del atentado llamó a su hermana Marta, también de Zaragoza, para que se acercara a la vivienda a comprobar si seguía en pie. Y allí vio muy de cerca los efectos de la barbarie. Demasiado de cerca.

"Ya había oído tres explosiones desde mi casa, que está a unos 300 metros de la estación de Atocha, pero no me di cuenta de la magnitud del atentado hasta que llegué a casa de mi hermana, y eso que por el camino vi cómo se montaban hospitales de campaña", relata Marta, que está embarazada de tres meses.

Cuando llegó al número 30 de la calle Téllez nadie la paró. "Había mucha confusión y subí al piso sin problemas. Al entrar en la casa vi que no había desperfectos, así que me acerqué a la ventana del salón y subí la persiana. Entonces vi el horror. El tren con un boquete impresionante, cadáveres esparcidos por el suelo, trozos de carne por todos lados... Me di la vuelta y me puse a llorar". Entonces fue cuando ordenaron el desalojo de todo el bloque y volvió a su casa desolada.

Preocupados e indignados

Iñigo y Bea habían salido de casa a las siete y media de la mañana. Camino del trabajo, Iñigo escuchó en la radio que había habido un atentado en Atocha, pero las noticias todavía eran confusas. "Cuando me enteré de que había explotado justo frente a mi casa me preocupé más, pero por fortuna ni estábamos en casa ni ha habido desperfectos. De todas formas, estamos indignados por el suceso y lamentamos no haber estado en ese momento para ayudar a la gente", asegura Iñigo a este diario.

Bea mira los restos del tren por la ventana y todavía no se lo cree: "Es impresionante; alucinante. El tren está abierto como una lata". Esta noche dormirán en casa. Además de apagar la tele, si no quieren ver las secuelas del atentado tendrán que bajar la persiana.

Una herida leve

Entre los heridos hay una aragonesa. Según fuentes de la Oficina de la DGA en Madrid, una mujer que vive desde hace tiempo en la capital española viajaba en uno de los trenes con destino a Atocha y sufrió una perforación en uno de sus tímpanos. De todas formas, tras ser atendida pudo volver a su casa. Se trata de May Gordillo, una afiliada de CHA que colabora con este partido.

Otros aragoneses también vivieron de cerca la tragedia, como por ejemplo Pedro, un ejecutivo de Zaragoza que volvía a la capital aragonesa en el AVE. Estaba ya sentado en el tren, a eso de las ocho menos veinte de la mañana, cuando oyó "un bombazo tremendo, aunque no daba la sensación de que fuera cerca".

Asustados, casi todos los pasajeros salieron del vagón. Pasado el sobresalto, se volvieron a sentar. "Pero entonces se volvió a escuchar un estallido tremendo y ya abandonamos el tren y la estación. No hacía falta ninguna confirmación oficial. Sabíamos que se trataba de un atentado y nos fuimos corriendo", explica.

Más calmado, una vez en Zaragoza, a Pedro no se le pasó el susto: "Lo que más me aterra es pensar que la idea inicial de los terroristas era volar Atocha, y si hubiera salido bien, entonces no sé dónde estaría".

La preocupación también llegó al vestuario del Real Zaragoza. José María Movilla sabía que su madre suele coger ese tren, y por eso no respiró tranquilo hasta que pudo hablar con ella: "Por fortuna iba a coger el tren un poco más tarde, y como ya se había producido el atentado ya se había suprimido el servicio".