Los lunes, Javier de Sola suele invitarme a su tertulia matinal en Aragón Radio, un programa informativo, divertido y plural. Fue en sus micrófonos donde me acordé de Leon Tolstoi y de su gran creación femenina, Ana Karenina. Concretamente recordé la escena de su agonía, cuando sus dos amores la velan en silencio, saludándose apenas en el umbral del dormitorio, o al pie de la cama. Karenin, el marido, ilustrado y pragmático, pero poco agraciado; y el conde Bronski, el amante de Ana, parasitario y frívolo, pero hermoso garañón. Opuestos en todo, salvo en su amor por Ana, ambos se venían detestando, hasta que la debilidad de su amada en sus últimas horas de vida de algún modo les acercó, les consoló con su compartida piedad... y tal vez con el alivio al constatar que no existía un tercer amante.

Algo así viene sucediendo desde hace décadas en la entretenida, aunque un tanto repetitiva novela de la política española, cosa, hasta ahora, de dos amantes frente a la seducción del poder.

Acabamos de ver a un presidente popular dando la alternativa a un presidente socialista, en una escena que viene repitiéndose desde hace décadas, y que probablemente se seguirá clonando porque el Partido Popular y el Partido Socialista, que ya no pueden ser más distintos, comparten sin embargo el amor o el favor de una democracia española que ha pasado de ser una rebelde jovencita a una madura matrona. Y a ninguno de los dos les gustaría, como no les hubiese agradado en absoluto a Bronski y a Karenin, que un tercer amante les disputase los favores de su amada.

Y eso que en España, enamorados del poder hay por lo menos dos más, no sólo un tercero. Pablo Iglesias y Albert Rivera se han declarado aspirantes a rendir la resistencia de esa dama un tanto distante que es La Moncloa y a su cortejo se aplican con diferentes métodos. Con la rosa socialista, Pablo, que se está mustiando en su mano; con el requiebro al electorado conservador, Albert. Los dos son jóvenes, fogosos, cuentan con argumentos parlamentarios, territoriales y no son tan feos como Karenin, pero todavía no han conseguido seducir al poder.

¿Lo lograrán? Dependerá mucho de que nuestra vieja democracia aspire a sentirse joven, a echar una cana al aire, y de que el pueblo la galantee.

Por ahora, dos amantes y una pasión.