José Luis Rodríguez Zapatero consiguió dos votos más que el presidente saliente en su primera investidura, en 1996, cuando el PP sacó mayoría simple, como ahora el PSOE. Esta circunstancia le ha amargado aún más el gesto a ese señor. Pero ya le podemos ir olvidando, salvo en lo que le quede de asumir responsabilidades.

La cuestión de las cifras no es baladí. Porque el dirigente del PSOE tenía los votos suficientes asegurados, pero se ha cargado de más votos a través de su discurso. Es decir, que entre el jueves y ayer por la mañana consiguió varios más.

No son votos de gran poder cuantitativo, pero sí con carácter, porque quienes los han entregado no ganan mucho con eso. Por el contrario, se juegan bastante si la marcha de los acontecimientos no se corresponde con la decisión. El voto de Coalición Canaria y del Bloque Nacionalista Galego se ha producido en razón del espíritu de diálogo que ya se ha plasmado en la actividad de la Cámara.

En cualquier caso, la impresión más importante no la ha provocado el contenido de las acciones concretas de Gobierno en las comunidades de donde proceden estos grupos, sino en la atención real que han recibido sus portavoces.

La concepción del juego

El jueves, el nuevo presidente del Gobierno hizo sus más hondas reflexiones sobre la democracia y su concepción del juego político. Ayer, Zapatero, cuando hablaba con los representantes de las minorías más minorías, se esmeró en hacer un discurso profundo sobre la ciudadanía, las libertades y el significado de la Constitución.

Zapatero no tiene obra escrita. No es un teórico de la política ni un filósofo. Pero sí es un buen discípulo de los socialistas y republicanos que se medían en los años 30 con la derecha pero también con la izquierda que planteaba su participación en la política como una vía subsidiaria para la revolución.

La profundidad del discurso de Zapatero de ayer reside en que fue dirigido a los más débiles, lo que indica su respeto auténtico por la pluralidad; y en que se centró en los aspectos que definen realmente el contenido de una vocación democrática, dentro de esa tradición republicana y socialista.

Las libertades individuales, los derechos y obligaciones de los ciudadanos, el papel del Estado ante ello. Cuestiones que la política debe abordar de manera directa. Porque no todo son reglamentos, sino que los reglamentos deben seguir a las ideas.

Desde ese punto de vista fue igualmente revelador el diálogo con los nacionalistas vascos. Ahí se vieron los dos mundos que conviven en la democracia española: unos hablaban de derechos de los pueblos (Begoña Lasagabaster, de EA) y otro, de los derechos de los ciudadanos. En esa diferencia reside la que hay entre el nacionalismo de origen romántico y el de origen ilustrado.

El caso de Franco

Todos los indicios señalan que Zapatero se conoce muy bien esa diferencia, y que apunta a ser un firme defensor de los derechos de los ciudadanos frente a los derechos de los pueblos cuando ambos chocan. (Franco era un gran defensor del nacionalismo español, y los españoles le importaban un pimiento, por ejemplo).

Ayer, Zapatero llevó hondura republicana (ciudadana) al Congreso, y hubo muchos diputados que no se dieron cuenta.