Las autoridades catalanas presumen de las excelentes medidas de conservación con las que han protegido los bienes que deben ser devueltos a Sijena. Sin dejar de tener razón en ello, obvian sin embargo algunos errores de bulto que ponen en entredicho que siempre hayan actuado con las mismas garantías.

El caso paradigmático --además de las dos obras desaparecidas el pasado verano dentro del lote que fue devuelto al monasterio-- es el del portapaz o relicario de Pere d’Urgell, procedente del monasterio. Esta es, tal vez, la obra más importante y valiosa desde el punto de vista histórico de cuantas componían el tesoro de Sijena. A su valor artístico se le añade su excepcionalidad, ya que hay muy pocas piezas en el mundo como ella. Entre las reliquias que conservaba, firugraba un fragmento de la túnica de Cristo.

El relicario, de 10 centímetros de altura, es, según el catálogo un Cristo muerto tallado en nácar que sostiene un ángel de oro y esmalte blanco en un trono también de oro; el conjunto está rodeado de tres enormes piedras preciosas encastadas: dos zafiros y un balaje (rubí morado). Durante el traslado del viejo museo a su sede actual, en 1991, desapareció. Tras una investigación irregular, se dio portazo y hasta ahora nunca más se ha sabido de esta pieza de 1400.