Las contrataron por su sonrisa, pero lo que pasó a la posteridad fueron sus lágrimas. «Llegaba un momento en el que era imposible reprimirlas. Por el frío, la humedad, la lluvia, la impotencia... A algunas chicas hasta les llegó a sangrar la nariz», recuerda Raquel Muñoz, quien el último primero de mayo decidió romper con la omertá que rige el mundo de las azafatas y denunciar la situación que vivieron las paragüeras en el pasado torneo Conde de Godó.

«Mi madre me veía en la tele temblando y se ponía a llorar. Veía las gradas con todo el público con plumones y a nosotras, empapadas, sentadas bajo la lluvia, con los pies congelados e irónicamente con un paraguas en la mano», prosigue la joven, que tenía 23 años. «Para rematar la jornada, nos caía una bronca por haber llorado frente a la cámara. Nos pagaban para sonreír, no para llorar», prosigue.

A las dos horas de denunciar en la radio pública la situación vivida en el famoso torneo, como era de esperar, la joven recibió una llamada de la agencia para la que trabajaba. «Es muy grave lo que has hecho y va a tener consecuencias», me dijeron. «El resto tuvo miedo. Hablar es no volver a trabajar», señala.

Muñoz tiene claro por dónde pasa la solución:

«Los jugadores deberían dar un paso. Si ellos dicen que no quieren paragüera, las marcas, que son las que mandan, sí les harán caso. Los tenistas no dieron la cara por nosotras».