Cada minuto se realizan 3,78 millones de búsquedas en Google, se suben 3.472 fotos en Facebook, se cuelgan 300 horas de vídeo en Youtube y se venden 4.000 productos en Amazon. Como una bola de nieve pendiente abajo, los gigantes tecnológicos de Silicon Valley han ido creciendo hasta colonizar todos y cada uno de los rincones de nuestra vida. Sin embargo, algo ha cambiado en los últimos años.

Las redes sociales nacieron con la promesa de democratizar las sociedades, el poder y el conocimiento. Las revueltas de la Primavera Árabe fueron la primera expresión de su potencial como mecanismos de interconexión, soberanía y movilización popular. «Estas herramientas pensadas para la adicción pueden revertirse para la revolución», según explica la investigadora y experta en tecnopolítica Simona Levi, que advierte del peligro de que la sucesión de escándalos se transforme en un rechazo a la tecnología. Y es que, tras casi dos décadas de esperanzas revestidas de utopía, las plataformas han pasado finalmente a estar en el punto de mira.

El año del deshechizo fue el 2013, cuando el exanalista de la CIA Edward Snowden reveló que el Gobierno de Estados Unidos espiaba a sus ciudadanos y a los de medio mundo con la colaboración de esos gigantes tecnológicos.

El segundo golpe fue en el 2018, al destaparse que la campaña presidencial de Donald Trump y la del brexit habían recurrido a Cambridge Analytica, una consultora política que ha utilizadon nada más y nada menos que 87 millones de datos privados extraídos ilegalmente de Facebook para elaborar perfiles psicológicos de los votantes y enviarles así mensajes personalizados para que se decantasen del lado conservador. «Hastentonces la gente pensaba que todo esto era una exageración», señala la analista Marta Peirano. «Hoy esas campañas son cotidianas», subraya convencida del cambio que han experimentado en los últimos años.

ABUSO DE PODER

Ahora, la popularización de ese malestar contra el capitalis-mo de plataformas ha llegado, irónicamente, a través de Netflix, uno de sus grandes exponentes. El documental El dilema de las redes, que rasca en la superficie de ese modelo extractivista sinmencionar la implicación de su productora, se ha convertido en un fenómeno viral que ha puesto la industria de las redes en boca de todos.

Lo que ha llevado a las big tech a juicio son sus abusos de poder para controlar el mercado y anular a la competencia. Google posee una cuota mundial de los motores de búsqueda de más del 90%, Amazon domina de forma aplastante el comercio electrónico y Facebook gobierna las cuatro apps más descargadas de la década. La capitalización bursátil de las grandes tecnológicas supone ya un 20% de la bolsa de Estados Unidos, un control que ningún sector había amasado desde hace más de 70 años.

Como señala el académico en economía digital Nick Srnicek en el libro Capitalismo de plataformas, la falta de regulación de esas corporaciones les ha permitido crecer hasta tener volúmenes de facturación y de generación de empleo que condicionan cualquier decisión política. Sin embargo, eso podría cambiar. El 6 de octubre, el Comité Judicial de la Cámara de Representantes de EEUU publicó un informe acusándolas de operar como monopolios y proponiendo una mayor regula ción que incluso pueda forzar su desmembramiento.

ODIO Y DESINFORMACIÓN

Con la pandemia, las implicaciones políticosociales de las plataformas se han acentuado. Esa falta de regulación también ha permitido la proliferación de desinformación, teorías de la conspiración y contenidos de odio, catapultados por un algoritmo que nos recomienda mensajes cada vez más inflamatorios y que concuerde con nuestra visión del mundo.

Esa fórmula nos retiene en la plataforma, pero también genera una espiral de radicalización y polarización social. «El populismo de derechas siempre es más atractivo», se excusaba un directivo de Facebook.

Esta plataforma y Youtube han sido criticadas por acoger a grupos violentos de extrema derecha y promover su contenido. Desde milicias armadas a colectivos antivacunas, las redes han servido para amplificar esos mensajes por todo el mundo. Solo tras una sonada campaña de boicot publicitario — de donde proviene el 99% de sus ingresos— Facebook empezó a regular más estrictamente su contenido. Esta semana anunciaba, al igual que Twitter, la prohibición del negacionismo del Holocausto.

La adicción es otra cara de las redes que más preocupación ha despertado, especialmente por sus implicaciones en la salud mental. «Las recomendaciones que ofrecen las plataformas induce a la tristeza como estado mental», explicaba el investigador digital Geert Lovink.

Sin embargo, esa adicción es una consecuencia directa de la búsqueda de su modelo de negocio. Como apunta Peirano, el capitalismo de plataformas se basa en aislarnos y proporcionarnos contenido infinito a velocidad vertiginosa para explotar nuestra atención. «Se repite la estructura de las tragaperras por- que es cuando producimos más datos», señala esta experta.

Pero en el plano social, el modelo de plataformas también ha derivado en precarización laboral. Las políticas duramente antisindicales de Amazon, Google y Apple son prueba de ello, perotambién las sentencias judicialescontra el modelo de Glovo, Uber o la misma Amazon. Las tuercas se van apretando.