Las cuatro historias que se han relatado en estas páginas son una pincelada del drama que se vive en Madrid. Cuatro historias, cuatro familias, cuatro nombres. Unas vivencias puntuales ni más ni menos crueles, pero todas diferentes a pesar de tener el mismo origen. Como la de Jana Gallardo.

El jueves, su abuela la buscaba desesperadamente por todos los hospitales. Por la tarde, al seguir sin noticias suyas y saber que todos los políticos habían ofrecido sus sesudos análisis de los atentados, se derrumbó. "Yo no quiero que ningún político me dé un abrazo, quiero a mi nieta. También quiero que cuando cojan a los asesinos, les corten las manos", gritó. De nuevo, se repitió la historia. Decenas de cámaras rodearon a la mujer para dejar constancia de su tortura psicológica.

Igual que con otra mujer, que se desmayó a la entrada del hospital y fue literalmente rodeada por las cámaras. O con una chica joven que entró en el centro sanitario rezando un rosario. Su padre y su hermano caminaban más deprisa. Ella, centrada en su rezo, murmuraba y miraba incrédula a los periodistas. Quizá todas estas personas no tuvieron tanta suerte como la abuela de Jana, que tras horas de informaciones confusas recibió la noticia de que su nieta no estaba muerta, sino que había ingresado en el centro.

"Cuando te toca, te toca"

César, que prefiere no dar su apellido, también pasó por un hospital. Cuando salió, apenas oía. Su oído derecho había sufrido un desgarro y el izquierdo tampoco estaba en demasiado buenas condiciones. "Háblame alto por favor, que no oigo", decía. César, de 38 años, es peruano y ejerce como informático en una empresa de Madrid. Es uno de los pocos al que no le vencía la rabia. "No tengo palabras, pero así son las cosas. Cuando te toca, te toca. No sé qué más decir. Es su guerra, no la mía", comentaba en alusión a los asesinos, sean del color que sean. El inmigrante tiene un hijo de siete años y una hija de tres. También tiene una mujer y fue ella, precisamente, la primera persona en la que pensó después de la explosión. "Sólo podía pensar en ella, en llamarla, en decirle que estaba bien. Pero no tenía teléfono móvil. Al final me lo dejó un hombre que también estaba herido", dijo.

Ver, oler y sentir la tragedia

Sonia Mena, de 32 años, y Conchi Prada, de 31, no viajaban en los trenes siniestrados, pero vieron, sintieron y olieron la tragedia. Tienen cientos de imágenes en la mente. Y allí se quedarán. Ambas residen en el número 30 de la calle Téllez, frente a las vías en las que explotó uno de los trenes de Atocha. Posiblemente, lo que vieron les haya cambiado la forma de entender la vida. "Nunca lo voy a olvidar. Es imposible", admite Conchi, que trabaja en una entidad financiera.Sonia se levantó con la primera explosión. Pensó que alguien había disparado una pistola. "No, Sonia, esto es una bomba", le dijo su marido. Ambos se levantaron y salieron a la terraza de su ático. Lo vieron todo. Sonia tuvo una crisis de ansiedad. Estaba obsesionada con bajar mantas y agua.Su marido le dijo: "No bajes, no lo veas". Pero a ella le pudo el corazón y avisó por teléfono a Conchi, que vive en el cuarto piso del mismo edificio. "¿Cómo no iba a bajar? Había muchos muertos y también heridos, que se ayudaban entre ellos. Tenían la ropa rota, estaban llorando, gritando y pedían socorro", responde."Pusimos la televisión y estaban diciendo que había muchos heridos, pero nosotras sabíamos que había sido una auténtica barbaridad, una masacre. Estábamos viendo los cadáveres mutilados", comenta. En pocas horas, Sonia y Conchi vieron cómo su barrio se convertía en una zona catastrófica. "Es increíble e indignante que esto esté pasando aquí, en Madrid", decía Sonia. Pero pasó. Y por eso se manifestaron el viernes al mediodía. Lo hicieron en sus puestos de trabajo, aunque les hubiera gustado ir a la convocatoria de Atocha.Si lo hubieran hecho, también habrían firmado, al igual que varias decenas de personas, un escrito en el que se leía

"No, Sonia, esto es una bomba",

"No bajes, no lo veas"."¿Cómo no iba a bajar? Había muchos muertos y también heridos, que se ayudaban entre ellos. Tenían la ropa rota, estaban llorando, gritando y pedían socorro",

"Pusimos la televisión y estaban diciendo que había muchos heridos, pero nosotras sabíamos que había sido una auténtica barbaridad, una masacre. Estábamos viendo los cadáveres mutilados","Es increíble e indignante que esto esté pasando aquí, en Madrid",

El dolor más grande no son las 200 muertes, sino las más de 1.000 familias destrozadas que sufren las consecuencias. Vuestro dolor es nuestro dolor. Os llevamos en nuestro corazón