Siempre he pensado que la sociedad española es muy sabia votando. Y en estas elecciones repetidas del 10-N también lo ha sido, independientemente de que nos guste más o menos el resultado, que no tiene por qué ser calificado de catastrófico sino de lógico. El no hacer uso por parte de Cs de su gran victoria en Cataluña, más la foto de Colón, más los desaires al PSOE de Sánchez, han arruinado su gran potencialidad. Es imposible renunciar tanto a su vocación de origen en tan corto espacio de tiempo. Si Rivera no entiende de política se le retira. El colectivo es más importante que su líder.

Parece evidente que Ciudadanos (Cs) y Rivera son el exponente más significativo de estas últimas elecciones. Un partido que se definió de centro, liberal y reformista, y que sumaba con el PSOE una mayoría absoluta, parecía la solución más lógica y natural para garantizar un gobierno estable. Y no fue así. Ignoro por qué.

Uno ya está fatigado depracticar psicoanálisis barato. Tras el 28-A, todos esperábamos que la necesidad de la situación generaría una mínima virtud en Rivera. Pero no fue así. Cs es el partido que lo ha tenido todo pero se ha equivocado en la ocupación del espacio. Su lugar no era liderar la derecha, ahí estaba el PP, su lugar era el reformismo que predicó en sus orígenes. Y los votantes españoles así lo entendieron, creando una situación verdaderamente espectacular: 180 escaños respaldando un gobierno, libre de ataduras nacionalistas de todo tipo y ocupando un lugar de centro izquierda que es el lugar que la mayoría de la gente prefiere. Ya lo decía Castilla del Pino: uno no puede elegir lo que quiera absolutamente, sino lo que quiera de entre lo que pueda. Esta es la idea de la libertad real. Su dimisión, al menos, ha tenido dignidad.