Se fue Adolfo Suárez, camino de la historia, pero hacía muchos años ya que no estaba.

La cruel enfermedad que ha devastado en los últimos años su lúcida mente le ha ahorrado el sufrimiento que seguramente habría experimentado al ver su obra enfangada por la corrupción. Un fenómeno que en la época de UCD ni alcanzó dimensiones preocupantes ni preocupaba al votante en la medida actual, y que no salpicó a la figura del primer presidente de la Transición, y sin ninguna duda meritorio valedor de la democracia en España.

Suárez se vio obligado a dimitir por las presiones de los militares, por la escalada del terrorismo, por las dificultades económicas y por las zancadillas que le pusieron en su propio partido. Particularmente, los demócrata--cristianos conspiraron a fondo para tumbar a su líder, sin darse cuenta de que sin él UCD no era nada, y Leopoldo Calvo--Sotelo un mero paréntesis para el punto y aparte del PSOE de Felipe González.

La mayoría de aquellos democristianos y algunos veteranos azules del Movimiento reconvertidos por el milagro de la Transición al centro político fueron encontrando cobijo en la Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne, sobreviviendo hasta el Partido Popular de José María Aznar y ocupando en su regreso al poder carteras, presidencias y escaños.

En cambio, la línea socialdemócrata de UCD, encarnada por el político más brillante de aquel partido, Francisco Fernández Ordóñez, se extinguiría con su entrada al PSOE mediante aquellas siglas puente que fueron las del PAD. Ordóñez influyó notablemente en González, de cuyo gobierno llegaría a ser ministro de Asuntos Exteriores.

Suárez, zarandeado en su vida política por la derecha y por la izquierda, se alzaría finalmente con el simbolismo del cambio de régimen, como piloto de la dictadura a la democracia. Su diseño política, su figura y sus muchos misterios seguirán estudiándose, analizándose o escrutándose en el futuro, en el marco de una página histórica álgida y vibrante, identitaria de toda una generación.

En Aragón, su legado ha sido rico. Muchos de nuestros mejores políticos, Merino, Monserrat, Solano, Del Val o De Arce compartieron sus ilusiones y sus pasiones políticas, escribiendo con él hermosos renglones.

Le echaremos de menos.