Pues no. De eso eso nada. España se abre, se airea, y sube la izquierda. Ha ganado la participación histórica y la movilización contra el miedo a volver a la Edad Media. Eso, sobre todas las cosas, ha logrado la victoria del PSOE para librarnos de la triple A (PP, Cs y Vox), junto con un fracaso estrepitoso del PP y también de Unidas Podemos. Ciudadanos cabalga a lomos de Abascal y disimula su sombra de «derechita cobarde». Y los socialistas deben saber que muchos de sus votos son prestados y vienen de la desunión fratricida de Podemos y del ridículo impostado de un Casado, que ha hecho bueno a Rajoy. Eso ya es un milagro.

En Aragón, tierra de experimentos sociológicos extrapolables al mercado español, tenemos un lío tremendo con las elecciones del 26 de mayo, y un dilema menor; según se mire la cosa.

De entrada, el triunfo de Sánchez podría pronosticar que los socialistas se harán fuertes en las autonómicas, con Lambán renegando de Susana y abrazando todo lo que haga falta a Pedro, el hombre tranquilo que ha conseguido lo impensable para sus propios barones.

Y en las municipales tratando de desenredar el nudo incomprensible que han liado los de Zaragoza en Común (ZeC) , por un lado, y sus hermanos de Podemos por otro. Y como dice el refrán: a río revuelto, ganancia de pescadores.

Un enigma en bandeja de plata para los desconocidos líderes de Ciudadanos o para la socialista Pilar Alegría que puede dejar a Pedro Santisteve en la parada del tranvía más próximo o recorriendo el carril bici a lo largo de la ciudad admirando su legado.

En fin, una noche la de ayer apasionante. Lo mejor de todo fuimos nosotros: la gente que salimos a votar masivamente. Con el recuperado sentido del deber de que había que parar a la bestia parda del fascismo.