Una de las características más relevantes de las sociedades capitalistas es el insuperable cinismo de sus clases dirigentes. En nuestro país, desde el trabajando, trabajando mucho, del exconvicto Mario Conde para explicar en una entrevista el origen de su fortuna, hasta los llamamientos del delincuente Díaz Ferrán a la bajada de sueldos de los trabajadores mientras él se lo llevaba crudo, la nómina de cínicos, en el peor sentido del término, crece día a día.

En los últimos días, se ha unido a la misma el presidente de la patronal eléctrica española, quien, entrevistado por Jordi Évole, se preguntaba qué sentido tiene que el precio de la luz pueda ser controlado de algún modo. Y lo defendía preguntándose, de manera evidentemente retórica, si alguien en nuestro país establece el precio de las sardinas. Y como nadie establece el precio de las sardinas, nadie tiene por qué establecer el de la electricidad.

ES INÚTIL explicarle a esta gente que no es lo mismo una sardina que un kilovatio, pues de lo que hablamos, como siempre, es de ideología. Para ellos, todo es mercancía y en el mismo nivel. Es mercancía una sardina y la electricidad, pero también la educación, la sanidad o las pensiones. Todo debe estar sometido a la pura compraventa, a un mercado cuya avidez lleva siempre a rebajar costes y, por lo tanto, ofrecer servicios-mercancías cada vez de inferior calidad.

Frente al discurso ideológico capitalista, la realidad nos muestra que la competencia, en su sistema, juega siempre a la baja. La realidad certifica que en el sometimiento al mercado de ciertos sectores que antes dependían del Estado, estos se han devaluado y encarecido.

La privatización del sector del ferrocarril ha tenido nefastas consecuencias en países como Inglaterra o Bélgica, la privatización de los hidrocarburos, de la energía, de las telecomunicaciones, lejos de ofrecer mejores servicios, los ha encarecido y deteriorado por falta de las inversiones precisas, como sufrimos a diario con el caso de la luz y la electricidad. Ahora bien, esas privatizaciones de empresas públicas, como Telefónica, Repsol, Argentaria, y muchas otras, a manos de gobiernos del PSOE y del Partido Popular, han resultado un negocio redondo para quienes las concedieron y para quienes las recibieron.

Los primeros, porque tras su etapa política, buscaron un retiro dorado en las mismas, los segundos, porque se han enriquecido a espuertas con empresas que antes eran de todos. Y aún tienen la cara, cuando su avaricia les lleva a algún conflicto en el extranjero, a venirnos con el cuento de que son empresas españolas. Fueron empresas del Estado, ahora son multinacionales que solo benefician a sus dueños.Tenía razón Marx cuando, a mediados del XIX argumentaba que los gobiernos no son, en realidad, sino consejos de administración de la burguesía.

Hay una ideología en la que, efectivamente, las sardinas y la electricidad son equivalentes. Y, desgraciadamente, nuestras sociedades están sometidas a esa concepción ideológica, voraz, insaciable, que todo lo quiere comprar y vender. Pero hay otra manera de ver las cosas que entiende que determinados bienes básicos, como la electricidad, deben ser tratados por los Estados de manera diferente.

Si alguien decide subir arbitrariamente el precio de las sardinas, podemos sustituirlas por mejillones, pero si, como ocurre en nuestro país, sucede lo mismo en el ámbito de la energía, carecemos de alternativa, estamos atados de pies y manos. Da igual qué empresa te suministre, todas ellas tienen como máxima expoliar a un consumidor que, a pesar de los mensajes, carece de alternativas, más allá de las que llevan de Guatemala a Guatepeor, de Felipe González a José María Aznar.

EN DEFINITIVA, se trata de que los sectores básicos de la economía vuelvan a manos del Estado, que sea éste, como representación de la ciudadanía, si es que conseguimos construir uno que tenga vocación de serlo, quien controle precios y servicios.

La milonga de que su privatización iba a mejorar el servicio y a abaratar precios como consecuencia de la competencia, es otro de los mitos capitalistas que se ha venido abajo. Aquí, lo único que hacen algunos es arrimar el ascua energética a su sardina.